31/1/12

El barco de los brujos

La leyenda del Caleuche o Buque
Fantasma es una de las más
difundidas. Todavía queda mucha
gente que sigue creyendo en la
existencia del misterioso Buque de
Arte.
Se trata de un barco lindísimo en
sentido superlativo, iluminado con
profusión. En él tienen lugar fiestas y
bailes fantásticos, al son de la música
más maravillosa del mundo. Puede
navegar indistintamente sobre la
superficie como bajo el agua. Se
provee de tripulación, para lo cual
recoge a los incautos navegantes de
las lanchas veleras, a quienes atrae con
la poderosa sugestión melódica de su
orquesta. También recoge a los
náufragos.
Es el barco de los brujos. Surte de
mercaderías a los comerciantes, con
quienes ha celebrado contratos o "pau
tos". Desaparece de la vista en forma
inesperada e instantánea. Deja tras de
sí un vago y extraño ruido de cadenas
y los ecos difusos de una melodía
cautivante y enervadora. Puede
convertirse en un rústico tronco de
árbol y varar en cualquier playa.
Igualmente sus tripulantes tienen la
facultad de autotransformación
corporal a su antojo. Eligen de
preferencia la forma de focas. De esta
manera, pasan inadvertidos a los ojos
de los profanos, sobre los arrecifes, en
donde suelen tomar el sol
plácidamente arrullados por la
cadencia de las olas.
Según el doctor Lenz, la palabra
"caleuche" se deriva del mapuche. De
"caleutun" : mudarse de condición, y de
"che" , gente. Sería entonces gente
mudada de condición, transformada.
Pero según Román vendría del
araucano, "calül", cuerpo humano, y
"che" , gente.
Es la creación chilota más típicamente
representativa de la vida isleña. Se
ajusta muy bien a los hábitos
marineros de los habitantes del
archipiélago, y obedece a una realidad
concreta, robustecida en la
imaginación popular, a través de
muchos años, con la presencia
inesperada de las primeras
expediciones marítimas, en los albores
mismos de la conquista, llevadas a
cabo por Francisco de Ulloa, Cortés
Ojeda, Ladrilleros; con las incursiones
de los corsarios holandeses a
comienzos del siglo XVII; con las
expediciones libertadoras de Freire en
1826; con las misiones científicas de
Fitz-Roy y Darwin, en 1834; con la
presencia de la escuadra chileno-
peruana, en 1865; con las sangrientas
correrías del pirata insular Juan
Nancupel Norambuena, en este mismo
siglo; y en nuestros días, con todos los
barcos que aparecen en una punta y
desaparecen al poco rato tras otra,
dejando en las mentes una visión
fugaz preñada de sugerencias
fantásticas, como debieron dejarlas en
épocas pretéritas las visitas
esporádicas de los primitivos
navegantes transoceánicos, venidos a
estas costas en sus típicas y originales
embarcaciones veleras con balancines
a sus costados.
Hay quienes atribuyen la invención del
Caleuche a espejismos; otros a las
incursiones de piratas y corsarios. Tal
vez lo más probable sea lo afirmado
por el capitán de alta mar señor Carlos
de Caso, quien dice textualmente al
respecto:
"Para nosotros fue siempre motivo de
interés conocer el origen de la versión
chilena, que tiene alguna semejanza
con la de aquel capitán maldito del
Holandés Volador, buque fantasma
que ronda eternamente el Cabo de
Buena Esperanza, sin poder doblarlo
jamás porque no puede virar en
redondo pues, según el decir, pierde
tanto camino que lo que gana por un
borde lo pierde por el otro. La carabela
San Lemes -agrega el señor De Caso-,
en enero de 1526, arrastrada por una
furiosa tempestad, llegó a los confines
de América del Sur, y descubrió el
"acabamiento de la tierra", mérito que
corresponde por entero a su capitán
Rodrigo de Hoces. La última noticia que
tenemos del bajel es la que nos
proporciona Areyzaga, clérigo del
patache Santiago, que perdió el
contacto con ella a la altura del Golfo
de Penas, en medio de una
gran tempestad, el 10 de junio de
1526. Igual cosa nos relatan los otros
cronistas de esa flota, que se desgaritó
en esa latitud. Pero han quedado
mudos testigos que revelan que esa
nave se perdió en la parte occidental
de la isla Byron, en el archipiélago de
Guayeneco, donde años después se
encontró la artillería de esta carabela,
como único vestigio, restos que
indudablemente corresponden a una
nave metropolitana, por cuanto en ese
tiempo las de la Mar del Sur no la
portaban. Para los indios comarcanos,
ese siniestro ha debido ser
impresionante e inolvidable. Atacaron
a los náufragos y éstos perecieron en
sus manos.
"Posteriormente, en 1555, otra nave,
esta vez el galeón de Juan Alvarado,
que había salido de Valparaíso con
destino a Valdivia, sorprendido por
una gran tormenta, fue a parar al sur
de las provincias de los coronados a
"tierra nunca vista, y por no saberla, se
perdió el dicho galeón" . Sus
tripulantes tuvieron encuentros con los
naturales y con los restos del galeón
hicieron un bergantín y se dirigieron a
Valdivia.
"Tres años después, pasaban por la
isla Byron el San Luis y el San
Sebastián, de Ladrilleros y Cortés
Ojeda. Fondearon en la bahía Nuestra
Señora del Valle, hoy conocida con el
nombre de Good Harbour, y tomaron
ahí por fuerza dos indios para
"lenguas" e intérpretes.
Comunicándose por señas, uno de
ellos delineó con carbón un fuerte,
dando a entender que lo habían
fabricado los españoles, pero
Ladrilleros, que ignoraba estos
siniestros, creyó que se referían a los
náufragos de la capitana, del obispo
Plasencia.
"Pasaron los años y vinieron a esta
desolada región del Golfo de Penas,
atravesando el istmo de Ofqui, los
frailes misioneros que residían en la
isla Caylín, que está en las
inmediaciones de Quellón, y que, en la
época a que nos referimos, era el
último rincón de la Cristiandad.
"Estos misioneros, que venían a
convertir a los gentiles, trajeron a
Chiloé algunos calenches o caleuches,
como les llamaban los demás, para
referirse a ellos cuya etimología
corresponde a "otra gente". Estos
calenches o caleuches, que habitaban
la comarca del Golfo de Penas, referían
la llegada de esos buques misteriosos,
y después de 1741 estuvieron de gran
actualidad por haberse perdido allí
otro navío, el Wager, de Anson, que los
españoles llamaban Guelguel.
"Así comenzó a hablarse en Chiloé del
buque misterioso de los calenches o
caleuches. Al andar del tiempo, vino
aparar simplemente en Caleuche.
Nació esta leyenda importada desde el
famoso Golfo de Penas y ha tenido por
origen esa serie de desgraciados
naufragios que comienza con el de la
carabela San Lesmes" ...
Hasta aquí la interesante y bien
fundamentada interpretación del señor
Carlos de Caso, que vendría a descifrar
la incógnita acerca del origen de esta
leyenda tan bien adornada por la
tradición del archipiélago de Chiloé.
La transformación del Caleuche en un
tronco cualquiera se explica por el
hecho muy frecuente de la presencia
de troncos varados en las playas de la
noche a la mañana; y que desaparecen
en igual forma repentina, arrastrados
por las corrientes. A veces se les ve
flotar entre dos aguas; llevando sobre
sí algunos cuervos remolones. La
fantasía recoge la curiosa visión y con
ésos elementos simples el elabora mil
conjeturas inverosímiles, reafirmando
la vieja leyenda del Buque Fantasma. La
aparición y desaparición de los
mencionados troncos en las playas es
simplemente consecuencia de las
corrientes y mareas.
Se dice, además, que el Buque de Arte
surte de mercaderías a ciertos
comerciantes con los cuales mantiene
"pautos" . También esta imputación es
un aditamento en cierto sentido
atinado, pues en las islas muchos
comerciantes se inician con unos
cuantos paquetes de velas, unas pocas
botellas de alcohol y uno que otro
artículo más, y al cabo de poco tiempo
se les ve ricos, dueños de
establecimientos comerciales muy bien
surtidos y transformados en
personajes importantes. El hombre,
según dicen, "arregentó" como por
arte de magia con la protección del
Caleuche, que le entregaba
mercaderías en las afueras durante sus
recaladas nocturnas.
Estas leyendas explica, por lo demás,
la visión efímera y siempre renovada y
fugaz de los barcos, a través de las
angosturas de los canales interiores. Al
mismo tiempo, sirve para justificar el
desaparecimiento de navegantes
isleños, perdidos durantes sus
arriesgados viajes, o la huida de los
mocetones de la casa paterna, a
quienes se les supone incluidos entre
la exótica marinería del imponderable
Buque de Arte: el misterioso Caleuche.
Fuente: Fuente: Narciso García Barría,
"El caleuche", en Tesoro mitológico del
archipiélago de Chiloé, Santiago,
Editorial Andrés Bello, 1989,
pp.120 -125.
Aportado por Mirta Lorenzo.