21/9/12

El Barranco de Badajoz

En el Barranco de Badajoz (Güímar,
Tenerife) el omnipresente silencio y la
belleza del paraje son testigos mudos
de los secretos milenarios que éste
encierra. En su interior alberga,
además, recónditas galerías de agua
donde antaño trabajaban los
lugareños en busca del preciado oro
líquido. Sin motivo aparente, estos
mineros abandonaron sus
herramientas de trabajo, sus hogares
y, sin echar la vista atrás, huyeron del
lugar. ¿Por qué? ¿Cuál fue el hecho
que los ahuyentó de su trabajo, el
único medio que tenían para subsistir?
Muchos son los afamados
investigadores que han intentado
resolver el misterio de la pavorosa
espantada. Los sabios del lugar, los
mayores, dicen que a principios de
siglo (1912), dos mineros que se
afanaban infructuosamente en
encontrar una galería viable,
derrumbaron una pared donde se
toparon de frente con dos maravillosos
seres de luz. Reza la leyenda, la
profana, que éstos les invitaron a
acompañarles y les indicaron el lugar
idóneo para cavar. Otra versión,
contrariamente, afirma que un pavor
se apoderó de ellos y escaparon en
búsqueda de la Guardia Civil. No hay
documentos que corroboren esta
última, pero la realidad es que, desde
la huida, nadie habita en el barranco.
Nadie se atreve.
Las galerías de agua quedaron
desiertas, abocadas al olvido. Empero
su soledad no impidió que
germinaran, como la más espesa
neblina, más leyendas acerca del
sobrecogedor paisaje. Comparten
protagonismo con los seres de luz
unas esferas de luz blanca que se
apoderan del frío de la noche; una
gélida temperatura que, a su antojo, se
vuelve agradable, cálida, como una
breve caricia en el devenir de las horas.
Eso es lo que dicen muchos
aventureros que, a pesar de haber sido
alertados por los güimareros, se
adentraron en los precipicios de lo
desconocido.
En el llamado también “puerta a otra
dimensión”, presenciaron hechos que
se escapan a la imaginación: seres
alados que, curiosos, se acercaban a
darles una bienvenida. Prueba de ello,
es la fotografía tomada por Teyo
Bermejo (expedición en 1991), que sin
saber bien a qué o quién disparaba su
cámara, captó una instantánea del
espeluznante ser. Años más tarde, osó
en volver al barranco para conseguir
más imágenes: esta vez, los insignes
retratados fueron las esferas de luz
blanca que danzaban,
despreocupadas, entre la vegetación.
Con el miedo en el cuerpo, aquellos
que se han atrevido a pasar una noche
en sus entrañas, la mayoría escépticos,
al día siguiente confirmaron que no
pasaron la velada solos: escucharon
murmullos de hombres y mujeres que,
a modo de indescifrables
conversaciones, brotaban de las
entrañas de la tierra, acompañados
por un continuo caer de piedras.
Pocos son, muy pocos, los que se
atreven a regresar al Barranco de
Badajoz, abismo de misterios.
Fuente:Abismo de misterios.