27/9/15

Douleur d'amour Elegy

William-Adolphe Bouguereau
1899
Colección privada.

Werner Bischof

Werner Bischof nació en Suiza en 1916, estudió fotografía con Hans Finsler en la Escuela de Artes y Oficios de Zurich y luego abrió un estudio de fotografía y publicidad.
En 1942 se transformó en reportero independiente para la revista Du y formó parte del grupo de artistas Allianz.
Bischof recibió reconocimiento internacional luego de la publicación en 1945 del reportaje sobre la devastación causada por la Segunda Guerra Mundial, que realizó en el sur de Alemania, Francia, Luxemburgo, Bélgica y Holanda.
Los años siguientes, Bischof viajó a Italia y Grecia por encargo de Swiss Relief, una organización dedicada a la reconstrucción de post-guerra. En Milán conoció a su esposa, Rosellina Mandel.
En 1948 fotografió las Olimpíadas de Invierno, en Saint Moritz, para la revista Life. Luego de realizar viajes a Europa del Este, Finlandia, Suecia y Dinamarca, completando la documentación fotográfica de la post-guerra en Europa, trabajó para Picture Post, The Observer, Illustrated y Epoca. Fue el primer fotógrafo en unirse a Magnum como miembro fundador en 1949.
En 1951 fue enviado por la revista Life a registrar el hambre en la India y su reportaje sobre la situación en la ciudad de Bihar le trajo reconocimiento internacional.
Pasó luego a Japón, donde permaneció un año, y más tarde a Corea, Hong Kong e Indochina. En este último territorio permaneció tres meses como corresponsal de guerra para París Match.

Una carta que le enviara el legendario fotógrafo húngado Robert Capa en 1951 muestra el respeto que Bischof despertaba en sus propios colegas: "Mi querido Werner: Tus rollos fueron revelados y aún a primera vista parecen fantásticos. Nuestro celoso Haas está a mi lado editando con cuidado profesional y celo personal (estaba esperando que diga que eso no es verdad, pero no dijo nada). Se como te sientes sobre tu historia y es exactamente como nos sentimos todos cuando fotografiamos un episodio grandioso en la historia, sentimos que debiéramos hacer más y mejor. Pero lo que tienes es tan poderoso y tan bueno, que no pienso que valga la pena ir más allá. Con afecto, Capa".

En el otoño de 1953 Bischof produjo una amplia serie de fotografías a color de los Estados Unidos. Allí permaneció cuatro meses documentando las nuevas autopistas en varios estados. Al año siguiente viajó a Méjico y a Panamá, y luego a una zona remota del Perú, donde se involucró en la realización de una película. Bischof murió trágicamente en un accidente automovilístico en los Andes peruanos, el 16 de Mayo de 1954, tan solo nueve días antes que el fundador de Magnum Robert Capa, perdiera su vida en Indochina.

Imagen: El hambre en las calles de Patna.
India 1951

Un monje y un suicidio

El pintor de retratos austriaco Joseph Aigner (1818 – 1886) era una persona que desde su más tierna infancia estaba obsesionado con la idea de suicidarse. Cuando tenía dieciocho años intento colgarse de un madero, pero un misterioso monje capuchino consiguió salvarle en el último momento. Unos cuantos años después, a los veintidós, otra vez intentó colgarse y de igual manera el mismo monje salió en su rescate. Pasado algún tiempo, nuestro retratista se metió en política, con tan mala suerte, que fue acusado de traición y condenado a ser ahorcado. Pero cuando todo estuvo dispuesto, y Joseph había subido al cadalso, nuevamente apareció el increíble monje el cual convenció a las autoridades para que no lo mataran. Aquí me queda la duda si el pintor se sintió defraudado al no poderse cumplir su sueño mortal. Sea como fuere, a los sesenta y ocho años, Joseph Aigne ¡al fin consiguió suicidarse!
Abandonó su propósito de ahorcarse y se pegó un tiro en la cabeza. Pero lo que no sabía Joseph es que a su entierro acudió mucha gente a ver si había muerto de verdad. Entre las personas que presidieron el entierro, como era costumbre, había un monje, y claro está este no podía ser otro que el enigmático monje capuchino, cuya verdadera identidad nunca se supo.

Dvergatal

Los Dvergar (sing. Dvergr) esenciales en la mitología nórdica, se vinculan a la piedra, la tierra, el trabajo del metal, la tecnología, la sabiduría, la suerte, la muerte y la codicia. Se les llamaba también Svartálfar o Dokkálfar (elfos negros u oscuros).
Una teoría dice que estos seres en la mitología nórdica eran del tamaño humano hasta que “encogieron” a partir de las sagas legendarias del siglo XIII, como motivo de burla. De ahí el término inglés Dwarf, que originariamente significa “torcido”, “deforme”, otra en cambio cree que eran así desde el principio ya que creen que el origen de dicha palabra deriva del protogermánico dweraz, y este del protoindoeuropeo dhwegwhos que viene a significar “algo pequeño”. Estas criaturas tenían la facultad de cambiar de forma y tamaño a voluntad, aunque parece que su forma normal era de piel pálida, casi cadavérica, cabellos y barbas negros y de complexión extremadamente delgada. En el Völuspá (La Profecía de la Vidente), primer y más conocido poema de la Edda poética, en la sección Dvergatal (sobre enanos), divide a los enanos en tres tribus:
- La tribu de Mótsognir (primer enano nacido)
- La tribu de Durin (segundo enano
nacido)
- La tribu de Dvalin (padre de la escritura de los enanos: las runas)
Según el Völuspá, Mótsognir (el del feroz rugido) y Durin (el durmiente) nacieron de forma espontánea cuando Odín y sus hermanos crearon el mundo a partir del cuerpo del gigante Ymir. Como se formaron en las entrañas del cuerpo estaban hechos de piedra y tierra. Los dioses les concedieron inteligencia y apariencia humanas, ya que en principio eran gusanos.
Según este poemario eran feos, pequeños en estatura y temerosos de la luz, ya que les podía convertir en piedra. Su reino era el reino subterráneo de Nidavellir (campos oscuros), uno de los nueve mundos del árbol-mundo Yggdrasil. Fueron ellos los artífices del martillo Mjolnir de Thor, la lanza Gungnir de Odín, el anillo mágico Draupnir o el collar Brisingamen de Freyja, entre otras maravillas.

La peonza

Un filósofo solía ir a donde los niños jugaban. Veía a uno de ellos que tenía una peonza y se ponía al
acecho. Apenas giraba la peonza, el filósofo la perseguía para cogerla. Que los niños gritaran e intentaran apartarle de su juguete, no le importunaba lo más mínimo. Si lograba coger la peonza mientras giraba, era feliz, pero sólo un instante, luego la arrojaba al suelo y se iba. Creía que el conocimiento de una pequeñez, por lo tanto también, por ejemplo, de una peonza girando, bastaba para alcanzar el conocimiento general. Por eso mismo no se ocupaba de los grandes problemas, lo que le parecía antieconómico; si realmente llegaba a conocer la pequeñez más diminuta, entonces lo habría conocido todo, así que se dedicaba exclusivamente a conocer la peonza.

Franz Kafka, “La peonza” (1920).