El 5 de julio de 1845 el gran escritor
francés Victor Hugo se llevó el peor
susto de su vida cuando llamaron a
la puerta. Se hallaba haciendo el
amor con una mujer, Leonie D'Aunet
de Biard, esposa de Auguste Biard,
un pintor de cierto prestigio de la
Francia de entonces, y quien llamaba
no era un don nadie, sino un
comisario de policía que sabía no
sólo que estaba dentro, sino con
quien estaba. Al comisario le
acompañaba el engañado marido. Y
como Victor Hugo no quiso abrir, los
hombres de la policía procedieron a
tirar la puerta abajo. Los encontraron
a los dos en paños menores en el
lecho de placer, abrazados.
Léonie fue inmediatamente detenida
e internada en la cárcel parisina de
mujeres de Saint-Lazare, la misma a
la que años después iría a pintar
Pablo Picasso durante su época azul.
Victor Hugo se libró de seguir el
mismo destino por su privilegio de
inmunidad como par de Francia. El
adulterio era, en aquella época, un
delito que se castigaba con prisión
para las dos partes, al hombre y a la
mujer. La noticia tampoco alcanzaría
las páginas de los rotativos, pero
todo París se enteró del traspiés del
presidente de la Academia Francesa
de las Letras. Todos menos su esposa,
Adéle Foucher, con la que estaba
casado desde hacía veintitrés años -
era padre de cinco hijos, tres varones
y dos muchachas- y su amante oficial,
Juliette Drouet, una mujer escultural
que sirvió de modelo para la estatua
de Lille, en la Plaza de la Concordia
de París, y a la que mantenía en una
casa alquilada, no muy lejos de la
suya, con todos los gastos pagados y
sin otra ocupación que esperar a que
la visitara.
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CARLOS BERBELL, Los más influyentes
amantes de la historia, Rueda,
Madrid, 1998