El noruego Roald Amundsen
(1872-1928) fue sin duda uno de los
grandes exploradores de inicios del
siglo pasado. En aquella época,
cuando todavía existían regiones
vírgenes en nuestra planeta, dirigió la
expedición a la Antártida que por
primera vez alcanzó el Polo Sur,
también fue el primero en surcar el
Paso del Noroeste, que unía el
Atlántico con el Pacífico, y formó
parte de la primera expedición aérea
que sobrevoló el Polo Norte. En cierta
ocasión se encontraba Amundsen en
una de esas reuniones de sociedad
en la que era agasajado por sus
conquistas y una señora de la alta
sociedad lo tenía bombardeado a
preguntas de todo tipo sobre sus
viajes, no encontrando la manera, el
indómito aventurero, de sortear este
enjoyado peligro en forma de cotorra
infatigable, que amenazaba con hacer
insufrible la velada.
La conversación llegó a un punto en
el que la señora de marras le rogo al
explorador, que por favor les contara
a los allí presentes el suceso más
extraño que le hubiera sucedido
durante sus viajes. Amundsen se
quedó pensativo durante unos
momentos, tras los cuales exclamo:
- Ya sé, !En una sola noche me creció
la barba quince centímetros!
Todos los que escuchaban se miraron
con mirada perpleja y en el rostro de
la señora se dibujo un expresión de
verdadero asombro y dijo:
- Pero ¿qué dice usted? ¡Eso es
imposible! ¿En una sola noche…?
El explorador, riéndose en voz baja le
respondió:
-Pues será extraño, pero así fue. Es
algo que si resulta posible en el Polo
Norte, un lugar en el que la noche
dura seis meses.