A comienzos del siglo XX, los guantes
eran parte indispensable de la
indumentaria de toda dama que se
respetara como tal. Y de muchos
caballeros también, por supuesto.
Después llegó la Primera Guerra
Mundial y la industria guantera, así
como muchas otras cosas, saltó hecha
trizas. A finales del siglo, Estados
Unidos tenía una próspera industria
guantera, auspiciada por sobre todo
gracias a una generosa política de
aranceles que impedía la
competencia por parte de esos
mugrosos extranjeros que tratan de
reventar nuestra industria nacional
en vez de asumir las políticas de
liberalismo arancelario tan queridas
por el (entonces todavía inexistente,
claro) Fondo Monetario Internacional.
Pero claro, siempre hay negocio para
los guantes importados así como para
la cerveza importada porque el
logotipo "importado" llama la
atención de todo el mundo. La
cuestión entonces era descubrir el
truquito de cómo meter guantes
importados a Estados Unidos
haciendo malabares para rebajar o
capear el arancel.
Y un vendedor llamado Samuel
Goldfish, que trabajaba como agente
de ventas para una empresa llamada
Elit Glove Company, descubrió el
truco. Uno que para remate era
perfectamente legal, si bien aunque
sea por un tecnicismo burro (eso, y
que nadie le descubriera haciendo la
maniobra, claro). La cosa era que el
pago del arancel debía efectuarse a
la hora de retirar el producto
importado. Por lo tanto, ése era el
paso que debía evadir. Por suerte
para él, eran guantes...
El truco al que recurría Samuel
Goldfish, era encargar guantes de
Francia de la mejor calidad, en
pedidos abundantes para la reventa.
Pero a la hora de embarcarlos, pedía
que los embarcaran en dos pedidos,
que debían ser enviados a
direcciones distintas, y a dos puertos
distintos. Y aquí viene lo realmente
bueno. Un pedido contenía todos los
guantes DE LA MANO IZQUIERDA, y el
otro pedido contenía todos los
guantes DE LA MANO DERECHA.
Cuando los pedidos arribaban a los
puertos... Samuel Goldfish no los
retiraba. En vez de eso, se ponía a
esperar. Más tarde o más temprano,
los pedidos salían a remate por parte
de la aduana, en calidad de
mercadería no retirada. Podemos
imaginar la cara del martillero al
anunciar "un hermoso centenar de
guantes de la mano derecha", y
empezar la puja. ¿Y quién iba a
pujar por guantes de la mano
derecha, si no tenía los guantes de la
mano izquierda para emparejarlos...?
Pues... Samuel Goldfish, que sabía
bien a las claras DÓNDE encontrar
sus respectivas parejas. Y al no haber
puja, se adjudicaba los guantes a
precio irrisorio, los emparejaba
después, y los revendía como guantes
importados y de alta calidad a
precios menores que la competencia.
Y como puede observarse, todos los
pasos del procedimiento son
perfectamente legales: la verdadera
ilegalidad estaba en la intención, en
la totalidad de los pasos combinados
para producir como resultado la
defraudación del fisco. Si el IRS (la
oficina de impuestos de Estados
Unidos) no llegaba a enterarse, algo
fácil considerando que en esa época
no había computadores entrelazando
información financiera sensible, la
triquiñuela pasaba perfectamente
desapercibida.
Quizás a usted el nombre de Samuel
Goldfish no le diga absolutamente
nada. Por una buena razón. Nació
Schmuel Gelbfisz, y era un judío de
Varsovia que emigró en busca del
American Dream. En 1913, el
Presidente de Estados Unidos
Woodrow Wilson introdujo una brusca
rebaja en los aranceles aduaneros, y
el truco de Goldfish perdió sentido.
Abandonó entonces la industria
guantera, y se marchó a Hollywood.
En donde es mejor conocido con el
último de los varios nombres que
adoptó, Samuel Goldwyn, uno de los
fundadores de los Estudios Metro
Goldwyn Meyer.