28/11/14

Cotufas

En los comienzos de la explotación comercial del cine, el hecho de ir a ver una película era uno de los pocos entretenimientos que tenían las clases más desfavorecidas. Al igual que ahora, no son pocas las familias que se sientan frente al televisor para ver su serie favorita mientras cenan, en aquello primeros años en los que no existía la caja tonta, no era extraño que las familias o amigos se reunieran en las salas de proyección para comer o beber algo mientras veían una película, era un formato de entretenimiento totalmente distinto a como se nos presenta hoy en día, con inclusión de bailes y orquestas que amenizaban aquellas sesiones de cine mudo.
Con la llegada de la crisis de 1929 la clases populares quedaron totalmente arruinadas y aunque las entradas para el cine seguían siendo realmente baratas (sobre todo comparadas con las de hoy día), la economía familiar no llegaba para hacer gastos también en el interior de las salas, así que se impuso como alternativa el vender en los accesos de los cine, palomitas de maíz, un producto del que habían existencias suficientes, era muy barato, tenía muchas calorías -más si se le añade mantequilla-, saciaba el hambre (un recipiente de los grandes puede tener hasta 1200 calorías) y además no ensuciaba el local.
No tardaron los dueños de las salas exhibidoras en darse cuenta del negocio potencial de las palomitas o cotufas y pensaron añadirlo a su oferta. Julia Braden convenció a los dueños del Linwood Theater de Missouri para que le dejaran colocar su puesto de cotufas dentro del propio cine, en vez de en la calle como hasta entonces. El negocio fue mayúsculo, tanto que a partir de 1931 la idea ya era copiada por todos los exhibidores. La nueva época de escasez que llegó con la Segunda Guerra Mundial terminó por afianzar esta opción, que además se impuso a otras alternativas como los cacahuetes o las pipas por su virtud de no ensuciar la sala.

Fuente:
unmundoenlascocinas