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31/7/14

Cuentos que curan: las mujeres bereber.

"Durante siglos, las mujeres bereberes suelen encontrarse todas las noches de luna mora para contarse historias transmitidas de generaciones a generaciones y, siempre, secretamente hacia los hombres. Nunca inician sus narraciones sin haber creado el ambiente adecuado para iniciar la suavidad de las emociones que se disponen a exteriorizar. El honor principal de iniciar estas veladas suelen dárselo a la anciana mayor e iniciado el acto, entran en un trance deseado, en un mundo mágico donde todo es posible." nos cuenta Hammú Mahomed.
El nombre de la cultura es conocida en Occidente como Bereber, pero a ellos no les gusta ese término, ya que fue un nombre acuñado por Roma, cuando todos aquellos pueblos que no eran romanos eran designados como salvajes, bárbaros, y eso es lo que significa bereber. Pero es el pueblo de Imazighen , y la lengua es la Zamazight, una lengua tan antigua que ni siquiera se puede datar.
El cuenta cuentos Hammú sabía que en su pueblo se difundía su cultura a través de cuentos contados por mujeres. El problema era acercarse a ellas con aparatos de grabación, además en un mundo donde un hombre sólo puede acercarse a una mujer que ya haya perdido la menstruación, porque se cree esas mujeres ya han perdido el apetito sexual. Las ancianas no querían hablar delante de todos esos aparatos, porque el que escucha debe apropiarse no sólo de las historias sino de una cierta energía, reconstruir la historia, tocar las manos del cuenta cuentos y permanecer fijo con su mirada. Contar cuentos no es cualquier cosa, supone una preparación de todo un día, acudir descargadas de cualquier problema que pudiera distraerles para estar sumidas en una constante escucha y asimilación de algo grande, la Palabra. Estos cuentos tienen una propiedad terapéutica y curativa. El día de la semana en que se produce este acontecimiento es un día muy especial. El cuento lo cuenta siempre la mujer más mayor del poblado , quien para poder estar totalmente vacía y poder ser mediadora y bálsamo de las demás mujeres, durante la mañana no hace ninguna labor, ni siquiera peinarse. Las demás mujeres son las que tienen que peinarle y lavarle. Después de hacer todas las tareas, esperan pacientes en las puertas hasta el atardecer, que es cuando la anfitriona de la casa abre las puertas y da acceso al ritual. Cada vez se cambian a una casa diferente. La casa elegida tiene que estar limpia, perfumada, purificada, y sin falta de comida y bebida. A este espacio tienen que entrar despojadas de todo aquello que les amarre o agobie, desconectadas del exterior. Lo primero que se les ofrece es lavarse, para estar limpias por dentro y fuera. En la antesala del patio se despojan de sus ropas y materiales para despojarse también de su clase social y ser dignificadas como iguales. Se recibe a la anfitriona con un abrazo grande e íntimo y toman té dulce, de hierbabuena, para borrar cualquier atisbo de amargura. Todas se sientan en el suelo, ninguna tiene una tribuna
especial. Se agarran de las manos y se inicia el primer relato, cerrando los ojos, a excepción de la anfitriona. Las mujeres comienzan el cuento con una frase: "Hay una historia entre vosotras, quien la busque la encontrará..." Todas tienen el mismo turno de palabra. Se interiorizan con todos los sentidos, se produce un estado emocional de tranquilidad, paz y armonía para el espíritu.
"Muchas mujeres entran en trance cuando escuchan estas historias. Se levantan y empiezan a agitarse, como danzando y tienen que ser sujetadas por las demás mujeres para no darse ningún golpe, y de esta manera se liberan como con una catarsis. Algunas veces lloran desmesuradamente, y otras se carcajean". "La palabra contada, al narrarla en vivo, activa los sentidos y aísla el dolor para dar lugar a la compañía de las presentes y empequeñece la soledad cotidiana y sus miedos." "Es una forma que tiene la mujer de mantener su espacio, ya que tienen muchos lugares prohibidos para poder acceder. Por eso, ha mantenido de manera clandestina este espacio para la palabra contada, no sólo para contar historias, sino para curarse el alma, la pena, la locura. Al igual que los cuentos de Sherezade, no son cuentos sobre el culto a la belleza, sino sobre la superviviencia. El objetivo de estas reuniones es contar algo que sirva para tener amor, para aliviar toda esa tristeza y miseria."
"La historia más valorada no es la más bella ni larga, sino la más profunda, la que emociona. Son historias contadas por milenios. Historias muy cínicas y sarcásticas, pero a la vez muy sutiles. Son mujeres catalogadas como analfabetas, pero están cargadas de sabiduría. Yo solo puedo contar las historias menos trascendentales, porque las más profundas... la sociedad no está tan evolucionada para escuchar esas historias. He tratado de contarlas en sociedades catalogadas como desarrolladas, como Noruega, y las han definido como demasiado violentas."
"Yo tengo mucho miedo a lo que llaman lo políticamente correcto en los cuentos, porque no lo entiendo. En África no hay edades en los cuentos, no hay cuentos para mayores o para niños. Aunque se hagan pequeños filtros para los niños, para nada se traiciona el mensaje". "Yo sentía como que había perdido mucho tiempo. Que si me habrían enseñado antes ese espacio, me habría ayudado mucho, me habría desarrollado con más facilidad, tendría una visión sobre la humanidad muy distinta. Creo que la humanidad debería conocerlo". "Y me puse el calzado nuevo, y anduve de aquí para allá, y se me rompió" terminan los cuentos de las mujeres del pueblo Imazighen.

http://www.hammutopia.com/

Fuentes:
http://radio1.uhu.es/?p=episode&name=2011-01-27_tropicos.mp3
http://hammu.jimdo.com/cuentos/
http://es.scribd.com/doc/141605265/Los-Cuentos-en-la-Tradicion-Bereber
http://vocesrescatadas.wix.com/inicio#!cuentos/ckgl

26/1/14

EL CHICO MOMIA

“Con la piel hueca y vacía y sin un
gramo de grasa el niño momia yacía
silencioso en su carcasa."Deje, doctor,
sus prebendas y diga por qué en un
día se volvió nuestra alegría un
amasijo de vendas "El doctor dio su
opinión: "La desventura de su hijo
tiene por nombre -les dijo-
"maldición del faraón."Esa noche, en
pura lógica, discutieron el asunto: "Es
nuestro niño trasunto de una
excursión arqueológica."Buscaron una
razón más complicada y científica,
pero al fin ganó la mística: "Es una
reencarnación."Dos veces logró jugar
con los niños del lugar...Al juego del
sacrificio arcaico de las doncellas.
Mas huyeron todas ellas
reprochándole ese vicio. Solitario y
rechazado el chico momia lloró y
luego se dirigió a la alacena,
encantado. Las vendas se arremangó
y secándose las cuencas de los ojos
se sirvió en un bol de figuritas dos
plátanos de unas pencas y hojas de
tanino fritas. Un día en que se
encontró perdido en una honda
niebla entre su espesa tiniebla un
perro momia se halló. Para esta
mascota fiera en regalos no fue
exiguo: le construyó una perrera al
estilo egipcio antiguo. Una tarde en
que llevó a su mascota a pasear, de
lejos pudo notar algo que le
sorprendió: en el parque no había un
alma, excepto por una ardilla y el
grupo de una chiquilla que
desgarraba la calma. Su cumpleaños
celebraban al estilo mexicano cuando
un muchacho entrevió en el prado
más cercano algo que le pareció justo
aquello que buscaban."¡Una piñata! -
gritó-. ¡Y de las meras genuinas!
seguro alguien la llenó de dulces y
golosinas" Le dieron con tabla gruesa
hasta ver que el cráneo abierto no
tenía ni una sorpresa. El chico momia
había muerto. De entre todos los
andrajos que en el césped
esparcieron sólo vieron que salieron
dos o tres escarabajos.”

TIM BURTON

(del cuento "La melancólica muerte
del chico ostra", 1997)

Imagen: dibujo realizado por Tim
Burton para ilustrar su libro

2/11/13

EDGAR ALLAN POE.- MORELLA (parte II)

Y mientras los años transcurrían, y
mientras día tras día contemplaba yo
su santo, su apacible, su elocuente
rostro, mientras examinaba sus
formas que maduraban, descubría día
tras día nuevos puntos de semejanza
en la hija con su madre, la
melancólica y la muerta. Y a cada
hora aumentaban aquellas sombras
de semejanza, más plenas, más
definidas, más inquietantes y más
atrozmente terribles en su aspecto.
Pues que su sonrisa se pareciese a la
de su madre podía yo sufrirlo,
aunque luego me hiciera estremecer
aquella identidad demasiado
perfecta; que sus ojos se pareciesen
a los de Morella podía soportarlo,
aunque, además, penetraran harto a
menudo en las profundidades de mi
alma con el intenso e impresionante
pensamiento de la propia Morella. Y
en el contorno de su alta frente, en
los bucles de su sedosa cabellera, en
sus pálidos dedos que se sepultaban
dentro de ella, en el triste tono bajo
y musical de su palabra, y por encima
de todo -¡oh, por encima de todo!- en
las frases y expresiones de la muerta
sobre los labios de la amada, de la
viva, encontraba yo pasto para un
horrendo pensamiento devorador,
para un gusano que no quería
perecer.
Así pasaron dos lustros de su vida, y
hasta ahora mi hija permanecía sin
nombre sobre la tierra. «Hija mía» y
«amor mío» eran las denominaciones
dictadas habitualmente por el afecto
paterno, y el severo aislamiento de
sus días impedía toda relación. El
nombre de Morella había muerto con
ella. No hablé nunca de la madre a la
hija; érame imposible hacerlo. En
realidad, durante el breve período de
su existencia, la última no había
recibido ninguna impresión del
mundo exterior, excepto las que la
hubieran proporcionado los estrechos
límites de su retiro.
Pero, por último, se ofreció a mi
mente la ceremonia del bautismo en
aquel estado de desaliento y de
excitación, como la presente
liberación de los terrores de mi
destino. Y en la pila bautismal dudé
respecto al nombre. Y se agolparon a
mis labios muchos nombres de
sabiduría y belleza, de los tiempos
antiguos! y de los modernos, de mi
país y de los países extranjeros, con
otros muchos, muchos delicados de
nobleza, de felicidad y de bondad.
¿Qué me impulsó entonces a agitar el
recuerdo de la muerta enterrada?
¿Qué demonio me incitó a suspirar
aquel sonido cuyo recuerdo real hacía
refluir mi sangre a torrentes desde
las sienes al corazón? ¿Qué espíritu
perverso habló desde las reconditeces
de mi alma, cuando, entre aquellos
oscuros corredores, y en el silencio de
la noche, musité al oído del santo
hombre las sílabas «Morella»? ¿Qué
ser más demoníaco retorció los rasgos
de mi hija, y los cubrió con los tintes
de la muerte cuando estremeciéndose
ante aquel nombre apenas audible,
volvió sus límpidos ojos desde el
suelo hacia el cielo, y cayendo
prosternada sobre las losas negras de
nuestra cripta ancestral, respondió:
«¡Aquí estoy!»?
Estas simples y cortas sílabas cayeron
claras, fríamente claras, en mis oídos,
y desde allí, como plomo fundido, se
precipitaron silbando en mi cerebro.
Años, años enteros pueden pasar;
pero el recuerdo de esa época,
¡jamás! No desconocía yo, por cierto,
las flores y la vid; pero el abeto y el
ciprés proyectaron su sombra sobre
mí noche y día. Y no conservé noción
alguna de tiempo o de lugar, y se
desvanecieron en el cielo las estrellas
de mi destino, y desde entonces se
ensombreció la tierra, y sus figuras
pasaron junto a mí como sombras
fugaces, y entre ellas sólo vi una:
Morella. Los vientos del firmamento
suspiraban un único sonido en mis
oídos, y las olas en el mar
murmuraban eternamente: «Morella.»
Pero ella murió, y con mis propias
manos la llevé a la tumba; y reí con
una risa larga y amarga al no
encontrar vestigios de la primera
Morella en la cripta donde enterré la
segunda.

Imagen.-
Ilustración de Harry Clarke para el cuento "Morella"

EDGAR ALLAN POE.- MORELLA (parte I)

Consideraba yo a mi amiga Morella
con un sentimiento de profundo,
aunque muy singular afecto.
Habiéndola conocido casualmente
hace muchos años, mi alma, desde
nuestro primer encuentro, ardió con
un fuego que no había conocido
antes jamás; pero no era ese fuego el
de Eros, y representó para mi espíritu
un amargo tormento la convicción
gradual de que no podría definir su
insólito carácter ni regular su vaga
intensidad. Sin embargo, nos
tratamos, y el destino nos unió ante
el altar; jamás hablé de pasión, ni
pensé en el amor. Ella, aun así, huía
de la sociedad, y dedicándose a mí,
me hizo feliz. Asombrarse es una
felicidad, y una felicidad es soñar.
La erudición de Morella era profunda.
Como espero mostrar, sus talentos no
eran de orden vulgar, y su potencia
mental era gigantesca. Lo percibí, y
en muchas materias fui su discípulo.
No obstante, pronto comprendí que,
quizá a causa de haberse educado en
Pressburgo ponía ella ante mí un
gran número de esas obras místicas
que se consideran generalmente
como la simple escoria de la
literatura alemana. Esas obras, no
puedo imaginar por qué razón,
constituían su estudio favorito y
constante, y si en el transcurso del
tiempo llegó a ser el mío también,
hay que atribuirlo a la simple, pero
eficaz influencia del hábito y del
ejemplo.
Con todo esto, si no me equivoco,
pero tiene que ver mi razón. Mis
convicciones, o caigo en un error, no
estaban en modo alguno basadas en
el ideal, y no se descubriría, como no
me equivoque por completo, ningún
tinte del misticismo de mis lecturas,
ya fuese en mis actos o ya fuese en
mis pensamientos.
Persuadido de esto, me abandoné sin
reserva a la dirección de mi esposa, y
me adentré con firme corazón en el
laberinto de sus estudios. Y entonces
-cuando, sumiéndome en páginas
aborrecibles, sentía un espíritu
aborrecible encenderse dentro de mí-
venía Morella a colocar su mano fría
en la mía, y hurgando las cenizas de
una filosofía muerta, extraía de ellas
algunas graves y singulares palabras
que, dado su extraño sentido, ardían
por sí mismas sobre mi memoria. Y
entonces, hora tras hora, permanecía
al lado de ella, sumiéndome en la
música de su voz, hasta que se
infestaba de terror su melodía, y una
sombra caía sobre mi alma, y
palidecía yo, y me estremecía
interiormente ante aquellos tonos
sobrenaturales. Y así, el gozo se
desvanecía en el horror, y lo más
bello se tornaba horrendo, como
Hinnom se convirtió en Gehena.
Resulta innecesario expresar el
carácter exacto de estas
disquisiciones que, brotando de los
volúmenes que he mencionado,
constituyeron durante tanto tiempo
casi el único tema de conversación
entre Morella y yo.
Los enterados de lo que se puede
llamar moral teológica las concebirán
fácilmente, y los ignorantes poco
comprenderían, en todo caso. El
vehemente panteísmo de Fichte, la
palingenesia modificada de los
pitagóricos, y por encima de todo, las
doctrinas de la Identidad tal como
las presenta Schelling, solían ser los
puntos de discusión que ofrecían
mayor belleza a la imaginativa
Morella. Esta identidad llamada
personal, la define con precisión
mister Locke, creo, diciendo que
consiste en la cordura del ser
racional. Y como por persona
entendemos una esencia inteligente,
dotada de razón, y como hay una
conciencia que acompaña siempre al
pensamiento, es ésta la que nos hace
a todos ser eso que llamamos
nosotros mismos, diferenciándonos
así de otros seres pensantes y
dándonos nuestra identidad
personal. Pero el principium
individuationis -la noción de esa
identidad que en la muerte se pierde
o no para siempre- fue para mí en
todo tiempo una consideración de
intenso interés, no sólo por la
naturaleza pasmosa y emocionante de
sus consecuencias, sino por la
manera especial y agitada como la
mencionaba Morella.
Pero realmente había llegado ahora
un momento en que el misterio del
carácter de mi esposa me oprimía
como un hechizo. No podía soportar
por más tiempo el contacto de sus
pálidos dedos, ni el tono profundo de
su palabra musical, ni el brillo de sus
melancólicos ojos. Y ella sabía todo
esto, pero no me reconvenía.
Parecía tener conciencia de mi
debilidad o de mi locura, y sonriendo,
las llamaba el Destino. Parecía
también tener conciencia de la causa,
para mí desconocida, de aquel
gradual desvío de mi afecto; pero no
me daba explicación alguna ni aludía
a su naturaleza. Sin embargo, era
ella mujer, y se consumía por días.
Con el tiempo, se fijó una mancha
roja constantemente sobre sus
mejillas, y las venas azules de su
pálida frente se hicieron
prominentes. Llegó un instante en
que mi naturaleza se deshacía en
compasión; pero al siguiente
encontraba yo la mirada de sus ojos
pensativos, y entonces sentíase mal
mi alma y experimentaba el vértigo
de quien tiene la mirada sumida en
algún aterrador e insondable abismo.
¿Diré que anhelaba ya con un deseo
fervoroso y devorador el momento de
la muerte de Morella? Así era; pero el
frágil espíritu se aferró en su
envoltura de barro durante muchos
días, muchas semanas y muchos
meses tediosos, hasta que mis
nervios torturados lograron triunfar
sobre mi mente, y me sentí
enfurecido por aquel retraso, y con
un corazón demoníaco, maldije los
días, las horas, los minutos amargos,
que parecían alargarse y alargarse a
medida que declinaba aquella
delicada vida, como sombras en la
agonía de la tarde. Pero una noche
de otoño, cuando permanecía quieto
el viento en el cielo, Morella me llamó
a su lado. Había una oscura bruma
sobre toda la tierra, un calor
fosforescente sóbrenlas aguas, y entre
el rico follaje de la selva de octubre,
hubiérase dicho que caía del
firmamento un arco iris.
-Éste es el día de los días -dijo ella,
cuando me acerqué-: un día entre
todos los días para vivir o morir. Es
un día hermoso para los hijos de la
tierra y de la vida, ¡ah, y más
hermoso para las hijas del cielo y de
la muerte!
Besé su frente, y ella prosiguió:
-Voy a morir, y a pesar de todo,
viviré.
-¡Morella!
-No han existido nunca días en que
hubieses podido amarme; pero a la
que aborreciste en vida la adorarás
en la muerte.
-¡Morella!
-Repito que voy a morir. Pero hay en
mí una prenda de ese afecto, ¡ah,
cuan pequeño!, que has sentido por
mí, por Morella. Y cuando parta mi
espíritu, el hijo vivirá, el hijo tuyo, el
de Morella. Pero tus días serán días
de dolor, de ese dolor que es la más
duradera de las impresiones, como el
ciprés es el más duradero de los
árboles. Porque han pasado las horas
de tu felicidad, y no se coge dos
veces la alegría en una vida, como las
rosas de Paestum dos veces en un
año. Tú no jugarás ya más con el
tiempo el juego del Teyo; pero,
siéndote desconocidos el mirto y el
vino, llevarás contigo sobre la tierra
tu sudario, como hace el musulmán
en la Meca.
-¡Morella! -exclamé-. ¡Morella! ¿cómo
sabes esto?
Pero ella volvió su rostro sobre la
almohada, un leve temblor recorrió
sus miembros, y ya no oí más su voz.
Sin embargo, como había predicho
ella, su hijo -el que había dado a luz
al morir, y que no respiró hasta que
cesó de alentar su madre-, su hijo,
una niña, vivió. Y creció extrañamente
en estatura y en inteligencia, y era
de una semejanza perfecta con la que
había desaparecido, y la amé con un
amor más ferviente del que creí me
sería posible sentir por ningún
habitante de la Tierra.
Pero, antes de que pasase mucho
tiempo, se ensombreció el cielo de
aquel puro afecto, y la tristeza, el
horror, la aflicción, pasaron veloces
como nubes. He dicho que la niña
creció extrañamente en estatura y en
inteligencia. Extraño, en verdad, fue
el rápido crecimiento de su tamaño
corporal; pero terribles, ¡oh,
terribles!, fueron los tumultuosos
pensamientos que se amontonaron
sobre mí mientras espiaba el
desarrollo de su ser intelectual.
¿Podía ser de otra manera, cuando
descubría yo a diario en las
concepciones de la niña las potencias
adultas y las facultades de la mujer,
cuando las lecciones de la experiencia
se desprendían de los labios de la
infancia y cuando veía a cada hora la
sabiduría o las pasiones de la
madurez centellear en sus grandes y
pensativos ojos? Como digo, cuando
apareció evidente todo eso ante mis
sentidos aterrados, cuando no le fue
ya posible a mi alma ocultárselo más,
ni a mis facultades estremecidas
rechazar aquella certeza, ¿cómo
puede extrañar que unas sospechas
de naturaleza espantosa y
emocionante se deslizaran en mi
espíritu, o que mis pensamientos se
volvieran, despavoridos, hacia los
cuentos extraños y las impresionantes
teorías de la enterrada Morella?
Arranqué a la curiosidad del mundo
un ser a quien el Destino me
mandaba adorar, y en el severo
aislamiento de mi hogar, vigilé con
una ansiedad mortal cuanto
concernía a la criatura amada.
Y mientras los años transcurrían.."

23/10/13

La joroba de los búfalos. Cuento de la tribu Chippewa (Canadá)

Hace mucho tiempo, cuando el
mundo era muy joven, el búfalo no
tenía joroba.
Al búfalo le gustaba correr por las
praderas por placer. Los zorros
corrían delante de él y avisaban a los
animales pequeños que su jefe, el
búfalo, venía.
Un día cuando el búfalo corría por las
praderas, se dirigió hacia donde
viven los pequeños pájaros que
anidan en el suelo. Los pájaros
avisaron al búfalo y a los zorros que
iban en la dirección donde tenían sus
nidos. Pero nadie, ni los zorros ni el
búfalo, les prestó atención. El búfalo,
corrió y pisoteó bajo sus pesadas
patas los nidos de los pájaros.
Incluso, cuando escuchó a los pájaros
llorando, siguió corriendo sin parar.
Nadie sabía que Nanabozho estaba
cerca. Pero Nanabozho se enteró de
la desgracia sucedida con los nidos
de los pájaros y sintió pena por ellos.
Corrió, se plantó delante del búfalo y
los zorros y los hizo parar. Con su
bastón golpeó fuertemente al búfalo
en los hombros. El búfalo, temiendo
recibir otro golpe, escondió la cabeza
entre sus hombros. Pero Nanabozho
solamente dijo:
-Tú, a partir hoy, siempre llevarás una
joroba sobre tus hombros. Y llevarás
la cabeza gacha por vergüenza. Y así
obtuvo el búfalo su joroba: por su
crueldad con los pájaros.
Los zorros, corrieron para escapar de
Nanabozho, escarbaron agujeros en el
suelo y se escondieron dentro. Pero
Nanabozho los encontró y les castigó:
-Por ser crueles con los pájaros,
siempre viviréis en el frío suelo.
Desde entonces, los zorros tienen sus
madrigueras en agujeros en el suelo,
y los búfalos tienen joroba.
Imagen: El rastro de búfalo (1867),
Albert Bierstadt (1830-1902)

13/10/13

La cena del Sol, la Luna y el Viento

Un día, el Sol, la Luna y el Viento
fueron a comer con sus tíos el Trueno
y el Relámpago y su madre, una de
las más brillantes estrellas del
firmamento, esperaba sola su regreso.
El Viento y el Sol eran muy glotones y
se lo comieron todo, sin guardar nada
para su madre. Pero la suave Luna no
se olvidó de ella. De cada cosa que le
servían guardaba un poco en sus
bolsillos, a fin de que la madre
pudiera probar lo que ellos comían.
Al volver los tres a casa, su madre,
que les había estado esperando toda
la noche, les preguntó:
– ¿Qué me habéis traído del
banquete?
– Yo no he traído nada para ti -dijo el
Sol, que era el mayor de todos –. Fui
a divertirme, no a divertirte a ti,
mamá.
– Yo tampoco he traído nada –
contestó el Viento –. No era lógico
que os reservase nada cuando ni
siquiera para mí hubo bastante.
Pero la Luna dijo alegremente:
– Mamá, trae un plato y te pondré en
él lo que te he traído. Y cuando tuvo
ante ella el plato, la Luna depositó lo
que había guardado en sus bolsillos.
La Estrella se volvió entonces hacia el
Sol y le dijo:
– Ya que sólo has pensado en ti, sin
acordarte para nada de tu madre, te
maldigo y de ahora en adelante, tus
rayos lo abrasarán todo, y la gente te
odiará y en cuanto aparezcas se
cubrirá la cabeza.
(Y por eso el Sol hace sudar y quema
la piel.)
Volviéndose al Viento, la Estrella
continuó:
– Tú también te olvidaste de tu
madre. Desde hoy, soplarás siempre
con fuerza, arrancarás los árboles y la
gente te maldecirá constantemente.
(Y es por eso que el Viento es
siempre desagradable.)
Dicho esto, la Estrella se volvió hacia
la Luna y con voz suave le dijo:
– Tú has sido buena hija, y desde
este momento, serás el astro más
dulce, hermoso y plácido. Los
hombres te contemplaran
amorosamente, y los poetas no
cesarán en el curso de los siglos, de
cantarte alabanzas.
(Y por eso la Luna es tan hermosa y
sus rayos nos fascinan.)

Cuento anónimo de la India

Imagen: Sea at Night, David Burliuk
(1882–1967)

8/3/13

El adivino (Cuento popular ruso)

Un campesino pobre y muy astuto
apodado Escarabajo, quería adquirir
fama de adivino. Asi que un día
robó una sábana a una mujer, la
escondió en un montón de paja y se
empezó a alabar diciendo que
estaba en su poder el adivinarlo
todo. La mujer lo oyó y vino a él
pidiéndole que adivinase dónde
estaba su sábana. El campesino le
preguntó:
-¿Y qué me darás por mi trabajo?
– Una taza de harina y una libra de
manteca.
– Está bien.
Se puso a hacer como que
meditaba, y luego le indicó el sitio
donde estaba escondida la sábana.
Dos o tres días después desapareció
un caballo que pertenecía a uno de
los más ricos propietarios del
pueblo. Era Escarabajo quien lo
había robado y conducido al
bosque, donde lo había atado a un
árbol.
El señor mandó llamar al adivino, y
éste, imitando los gestos y
procedimientos de un verdadero
mago, le dijo:
– Envía tus criados al bosque; allí
está tu caballo atado a un árbol.
Fueron al bosque, encontraron el
caballo, y el contento propietario
dio al campesino cien rublos. Desde
entonces creció su fama,
extendiéndose por todo el país.
Por desgracia, ocurrió que al zar se
le perdió su anillo nupcial, y por
más que lo buscaron por todas
partes no lo pudieron encontrar.
Entonces el zar mandó llamar al
adivino, dando orden de que lo
trajesen a su palacio lo más pronto
posible. Los mensajeros, llegados al
pueblo, cogieron al campesino, lo
sentaron en un coche y lo llevaron a
la capital. Escarabajo, con gran
miedo, pensó:
“Ha llegado la hora de mi perdición.
¿Cómo podré adivinar dónde está el
anillo? Se encolerizará el zar y me
expulsarán del país o mandará que
me maten.”
Lo llevaron ante el zar, y éste le
dijo:
– ¡Hola, amigo! Si adivinas dónde se
halla mi anillo te recompensaré
bien; pero si no haré que te corten
la cabeza.
Y ordenó que lo encerrasen en una
habitación separada, diciendo a sus
servidores:
– Que le dejen solo para que medite
toda la noche y me dé la
contestación mañana temprano.
Lo llevaron a una habitación y lo
dejaron allí solo.
El campesino se sentó en una silla y
pensó para sus adentros “¿Qué
contestación daré al zar? Será mejor
que espere la llegada de la noche y
me escape; apenas los gallos canten
tres veces huiré de aquí.”
El anillo del zar había sido robado
por tres servidores de palacio; el
uno era lacayo, el otro cocinero y el
tercero cochero. Hablaron los tres
entre sí, diciendo:
– ¿Qué haremos? Si este adivino
sabe –que somos nosotros los que
hemos robado el anillo, nos
condenarán a muerte. Lo mejor será
ir a escuchar a la puerta de su
habitación; si no dice nada,
tampoco lo diremos nosotros; pero
si nos reconoce por ladrones, no
hay más remedio que rogarle que no
nos denuncie al zar.
Así lo acordaron, y el lacayo se fue
a escuchar a la puerta. De pronto se
oyó por primera vez el canto del
gallo, y el campesino exclamó:
– ¡Gracias a Dios! Ya está uno; hay
que esperar a los otros dos.
Al lacayo se le paralizó el corazón
de miedo. Acudió a sus
compañeros, diciéndoles:
– ¡Oh amigos, me ha reconocido!
Apenas me acerqué a la puerta,
exclamó: “Ya está uno; hay que
esperar a los otros dos.”
– Espera, ahora iré yo – dijo el
cochero; y se fue a escuchar a la
puerta.
En aquel momento los gallos
cantaron por segunda vez, y el
campesino dijo:
– ¡Gracias a Dios! Ya están dos; hay
que esperar sólo al tercero.
El cochero llegó junto a sus
compañeros y les dijo:
– ¡Oh amigos, también me ha
reconocido!
Entonces el cocinero les propuso:
– Si me reconoce también, iremos
todos, nos echaremos a sus pies y le
rogaremos que no nos denuncie y
no cause nuestra perdición.
Los tres se dirigieron hacia la
habitación, y el cocinero se acercó a
la puerta para escuchar. De pronto
cantaron los gallos por tercera vez,
y el campesino, persignándose,
exclamó:
– ¡Gracias a Dios! ¡Ya están los tres!
Y se lanzó hacia la puerta con la
intención de huir del palacio; pero
los ladrones salieron a su encuentro
y se echaron a sus plantas,
suplicándole:
– Nuestras vidas están en tus
manos. No nos pierdas; no nos
denuncies al zar. Aquí tienes el
anillo.
– Bueno; por esta vez los perdono -
contestó el adivino.
Tomó el anillo, levantó una plancha
del suelo y lo escondió debajo.
Por la mañana el zar,
despertándose, hizo venir al adivino
y le preguntó:
– ¿Has pensado bastante?
– Sí, y ya sé dónde se halla el anillo.
Se te ha caído, y rodando se ha
metido debajo de esta plancha.
Quitaron la plancha y sacaron de
allí el anillo. El zar recompensó
generosamente a nuestro adivino,
ordenó que le diesen de comer y
beber y se fue a dar una vuelta por
el jardín.
Cuando el zar paseaba por una
vereda, vio un escarabajo, lo cogió
y volvió a palacio.
– Oye – dijo a Escarabajo – si eres
adivino, tienes que adivinar qué es
lo que tengo encerrado en mi puño.
El campesino se asustó y murmuró
entre dientes:
– Escarabajo, ahora sí que estás
cogido por la mano poderosa del
zar.
– ¡Es verdad! ¡Has acertado! –
exclamó el zar.
Y dándole aún más dinero lo dejó
irse a su casa colmado de honores.
De la recopilación “Cuentos del
folklore ruso”, de Alekandr
Nikoalevich Afanasiev.
Imagen: Ilustración de Ivan Bilibin,
ilustrador ruso que se hizo famoso
de finales del siglo XIX cuando
realizó las ilustraciones para los
volúmenes de los cuentos del rusos
que el folklorista Afanasiev había
recopilado.

28/2/13

EN EL MOMENTO JUSTO, EN EL LUGAR PRECISO…

Uno de los cuentos de Asimov
(Anochecer, 1941) plantea una
visión del Universo por los
habitantes del planeta Lagash, el
cual está ubicado en un sistema de
6 estrellas, de tal manera que
siempre hay alguna sobre el
horizonte y no existe la noche.
Más allá de cómo se desarrolla la
historia en el cuento, es interesante
ponerse a pensar que la humanidad
se ha desarrollado en este planeta,
en un lugar adecuado para poder
observar el Universo, en una época
propicia en la que podemos
observar inclusive el universo
lejano.
Si la Tierra fuese un planeta que
orbita a una estrella en un cúmulo
globular, tal como Omega Centauri
por ejemplo, muy probablemente
viviríamos en las condiciones del
cuento de Asimov: el único universo
observable serían las estrellas
cercanas que iluminarían tanto que
nunca conoceríamos el cielo
nocturno, desconoceríamos la
existencia de otros miles de
millones de estrellas, y más aún, de
los miles de millones de galaxias
¿Cuáles habrían sido las teorías del
origen de ese pequeño universo?
¿Creeríamos que somos
privilegiados por albergar vida en
ese universo desprovisto de
opciones?
O una civilización que se
desarrollara dentro de unos miles
de millones de años, cuando el
Universo siga expandiéndose y
envejeciendo, sólo podría ver las
pocas estrellas sobrevivientes de su
propia galaxia. El Universo será un
lugar frío y oscuro, y la gran
variedad de objetos que hoy
observamos habrán de desaparecer
de nuestra vista. ¿Nos sentiríamos
solitarios en la inmensa oscuridad?
¿No son buenas excusas para salir a
observar el cielo esta noche desde
este lugar preciso en este momento
justo?
Extraído de OAC.

5/9/12

De cómo la sabiduría se esparció por el mundo Cuento popular africano

En Taubilandia vivía en tiempos
remotos, remotísimos, un hombre que
poseía toda la sabiduría del mundo. Se
llamaba este hombre Padre Ananzi, y
la fama de su sabiduría se había
extendido por todo el país, hasta los
más apartados rincones, y así sucedía
que de todos los ámbitos acudían a
visitarlo las gentes para pedirle consejo
y aprender de él.
Pero he aquí que aquellas gentes se
comportaron indebidamente y Ananzi
se enfadó con ellos. Entonces pensó
en la manera de castigarlos.
Tras largas y profundas meditaciones
decidió privarles de la sabiduría,
escondiéndola en un lugar tan hondo
e insospechado que nadie pudiera
encontrarla.
Pero él ya había prodigado sus
consejos y ellos contenían parte de la
sabiduría que, ante todo, debía
recuperar. Y lo consiguió; al menos así
lo pensaba nuestro Ananzi.
Ahora debía buscar un lugarcito donde
esconder el cacharro de la sabiduría; y,
sí, también él sabía un lugar. Y se
dispuso a llevar hasta allí su preciado
tesoro.
Pero...Padre Ananzi tenía un hijo que
tampoco tenía un pelo de tonto; se
llamaba Kweku Tsjin. Y cuando éste vio
a su padre andar tan misteriosamente
y con tanta cautela de un lado a otro
con su pote, pensó para sus adentros:
-¡Cosa de gran importancia debe ser
ésa!
Y como listo que era, se puso ojo
avizor, para vigilar lo que Padre Ananzi
se proponía.
Como suponía, lo oyó muy temprano
por la mañana, cuando se levantaba.
Kweku prestó mucha atención a todo
cuanto su padre hacía, sin que éste lo
advirtiera. Y cuando poco después
Ananzi se alejaba rápida y
sigilosamente, saltó de un brinco de la
cama y se dispuso a seguir a su padre
por donde quiera que éste fuese, con
la precaución de que no se diera
cuenta de ello.
Kweku vio pronto que Ananzi llevaba
una gran jarra, y le aguijoneaba la
curiosidad de saber lo que en ella
había.
Ananzi atravesó el poblado; era tan de
mañana que todo el mundo dormía
aún; luego se internó profundamente
en el bosque.
Cuando llegó a un macizo de palmeras
altas como el cielo, buscó la más
esbelta de todas y empezó a trepar
con la jarra o pote de la sabiduría
pendiendo de un cordel que llevaba
atado por la parte delantera del cuello.
Indudablemente, quería esconder el
Jarro de la Sabiduría en lo más alto de
la copa del árbol, donde seguramente
ningún mortal había de acudir a
buscarlo... Pero era difícil y pesada la
ascensión; con todo, seguía trepando y
mirando hacia abajo. No obstante la
altura, no se asustó, sino que seguía
sube que te sube.
El jarro que contenía toda la sabiduría
del mundo oscilaba de un lado a otro,
ya a derecha ya a izquierda, igual que
un péndulo, y otras veces entre su
pecho y el tronco del árbol. ¡La subida
era ardua, pero Ananzi era muy
tozudo! No cesó de trepar hasta que
Kweku Tsjin, que desde su puesto de
observatorio se moría de curiosidad,
ya no lo podía distinguir.
-Padre -le gritó- ¿por qué no llevas
colgado de la espalda ese jarro
preciado? ¡Tal como te lo propones, la
ascensión a la más alta copa te será
empresa difícil y arriesgada!
Apenas había oído Ananzi estas
palabras, se inclinó para mirar a la
tierra que tenía a sus pies.
-Escucha -gritó a todo pulmón- yo
creía haber metido toda la sabiduría
del mundo en este jarro, y ahora
descubro, de repente, que mi propio
hijo me da lección de sabiduría. Yo no
me había percatado de la mejor
manera de subir este jarro sin
incidente y con relativa comodidad
hasta la copa de este árbol. Pero mi
hijito ha sabido lo bastante para
decírmelo.
Su decepción era tan grande que, con
todas sus fuerzas, tiró el Jarro de la
Sabiduría todo lo lejos que pudo. El
jarro chocó contra una piedra y se
rompió en mil pedazos.
Y como es de suponer, toda la
sabiduría del mundo que allí dentro
estaba encerrada se derramó,
esparciéndose por todos los ámbitos
de la tierra.

9/6/12

LOS DIENTES DEL SULTÁN.

Un Sultán soñó que había perdido
todos los dientes.
Después de despertar, mandó llamar a
un Sabio para que interpretase su
sueño.
¡Qué desgracia Mi Señor!, exclamó el
Sabio, Cada diente caído representa la
muerte de un pariente suyo.
¡Qué insolencia!, gritó el Sultán
enfurecido, ¿Cómo te atreves a
decirme semejante cosa? ¡Fuera de
aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le
dieran cien latigazos.
Más tarde ordenó que le trajesen a
otro Sabio y le contó lo que había
soñado.
Este, después de escuchar al Sultán
con atención, le dijo:
¡Excelente Señor! Gran felicidad te fue
reservada. El sueño significa que vivira
mas que todos sus parientes.
Se iluminó el semblante del Sultán con
una gran sonrisa y ordenó que le
dieran cien monedas de oro.
Cuando éste salía del Palacio, uno de
los cortesanos le dijo admirado:
¡No es posible! La interpretación que
hiciste de los sueños es la misma que
el primer Sabio. No entiendo porque al
primero le pagó con cien latigazos y a
ti con cien monedas de oro.
Recuerda bien amigo mío, respondió el
segundo Sabio, que todo depende de
la forma en el decir..uno de los
grandes desafíos de la humanidad es
aprender a comunicarse.
Anónimo.

30/5/12

El lobo de Zhongshan (Cuento de la tradición oral china)

Zhao jianzi, un alto funcionario,
organizó una gran cacería en la
montaña. Al divisar a un lobo, lanzó su
carro en su persecución.
Ahora bien, el maestro Dongguo, viejo
letrado conocido por su buen corazón,
venía en camino para abrir una escuela
en Zhongshan, y se extravió en esa
misma montaña. En camino desde el
alba, seguía a pie al asno cojo que
cargaba su saco lleno de libros,
cuando vio llegar al lobo que huía
aterrorizado y que le dijo:
– Buen maestro, ¿no está usted
siempre dispuesto para socorrerar a su
prójimo? Escóndame en su saco ¡y me
salvará la vida! Si me saca de este mal
paso, yo le quedaré eternamente
agradecido.
El maestro Dongguo sacó sus libros del
saco y ayudó al lobo a meterse en él.
Cuando Zhao jianzi llegó y no
encontró al animal, volvió sobre sus
pasos. Al notar el lobo que el cazador
estaba lo suficientemente lejos, gritó a
través del saco.
– ¡Buen maestro, sáqueme de aquí!
Apenas estuvo en libertad, el lobo
empezó a chillar:
– Maestro, usted me salvó hace un
rato, cuando los hombres del Reino de
Yu me perseguían y yo se lo agradezco,
pero ahora, casi estoy muriéndome de
hambre. ¿Si su vida puede salvar la
mía, no la sacrificaría usted por mí?
Se abalanzó con el hocico abierto y las
garras fuera sobre el maestro
Dongguo. Este, trastornado, se estaba
defendiendo lo mejor que podía,
cuando de repente divisó a un anciano
que avanzaba a apoyándose en un
bastón. Precipitándose hacia el recién
llegado, el maestro Dongguo se
arrodilló ante él y le dijo llorando:
– Anciano padre, ¡una palabra de su
boca puede salvar mi vida!
El anciano quiso saber de qué se
trataba.
– Este lobo era perseguido por
cazadores y me pidió que lo socorriera,
le salvé la vida y ahora quiere
devorarme. Le suplico que interceda en
mi favor y que le explique su error.
El lobo dijo:
– Hace un rato, cuando le pedí
socorro, él me amarró las patas y me
metió en su saco, poniendo encima de
mí sus libros; aplastado bajo todo ese
peso, apenas podía respirar. Después,
cuando llegó el cazador, habló largo
rato con él; él deseaba que yo muriera
asfixiado dentro del saco, de esa
manera habría sacado provecho de mi
piel. ¿Un traidor semejante no merece
acaso que lo devoren?
– ¡No creo nada!—contestó el
anciano--. ¡Vuelva a meterse en el saco,
para que yo vea con mis propios ojos
si usted estaba tan incómodo como
dice!
El lobo aceptó con alegría y se metió
de nuevo dentro del saco.
– ¿Tiene usted un puñal?—preguntó el
anciano al oído del maestro.
– Sí –contestó mostrando el objeto
pedido.
Inmediatamente el anciano le hizo
señas para que lo clavara en el saco. El
maestro Dongguo exclamó:
– ¡Pero le voy a hacer daño!
El anciano se echó a reír:
– ¿Usted vacila en matar a una bestia
feroz que acaba de demostrarle tanta
ingratitud?
¡Usted es bueno, maestro, pero,
también es muy tonto!
Entonces le ayudó al maestro Dongguo
a degollar al lobo, y dejando al cadáver
a la orilla de la senda, los dos hombres
siguieron su camino.
Desde entonces, el señor Dongguo y el
lobo de Zhongshan se han convertido
nombres muy usados en China como
sinónimos de comportamientos
inadecuados. El señor Dongguo se
refiere a las personas que saben
diferencias entre lo justo y lo erróneo.
El lobo de Zhongshan se refiere a las
personas desagradecidas.

3/5/12

El vestido del invitado (Cuento de la tradición árabe)

Un hombre fue invitado a comer en la
mansión de unas personas muy ricas y
llegó al ágape ataviado con ropas
modestas. Al instante advirtió que los
anfitriones eludían saludarlo y que los
sirvientes evitaban atenderle.
Se percato entonces que al resto de
invitados se les saludaba con respeto y
se les servia con diligencia, y que todos
estaban ataviados con valiosas
vestimentas. Como vivía cerca, corrió a
su casa y se vistió con una túnica muy
cara y lujosa.
Así volvió al banquete, donde parecía
que nadie había reparado en su
ausencia. En su segunda entrada, los
dueños de la casa lo recibieron
cortésmente y los criados mostraron
ante él grandes ademanes de respeto.
Llegado el momento de la cena aquel
hombre se quitó la túnica, la doblo y
colocó con cuidado sobre la silla y se
dispuso a marcharse cuando
preguntaron extrañados los anfitriones
- ¿Por qué si te vas dejas tu túnica
sobre la silla?
- Ha sido mi túnica y no yo la que ha
recibido vuestro respeto y atenciones.
Que sea la túnica la que se quede a
comer.
Y dicho esto, el hombre abandono
aquella casa a la que no regreso jamás.
En ocasiones la acitud de los
superficiales se manifiesta en el ridículo
valor que le conceden a las
apariencias.
Comida del mediodía (El Cairo 1875),
John Frederick Lewis (1804-1876)

1/4/12

El hombre de vida inexplicable (Cuento de la tradición Sufí)

Había una vez un hombre llamado
Moyut. Vivía en una aldea en la que
había obtenido un puesto como
pequeño funcionario y parecía muy
probable que fuese a terminar sus días
como inspector de pesas y medidas.
Una tarde, cuando estaba caminando
por los jardines de un viejo edificio
cerca de su casa, el Jádir -misterioso
guía de los sufíes- se le apareció
vestido con una túnica de brillante
verde. Moyut se encontró con el Jádir y
el Jádir le dijo:
-Hombre de brillantes perspectivas,
deja tu trabajo y encuéntrame junto a
la ribera del río dentro de tres días.
Y desapareció.
Moyut fue a ver a su superior,
conmovido por este encuentro, y le
dijo que tenía que partir. Todo el
mundo en la aldea se enteró pronto
de esta decisión, y dijeron: "Pobre
Moyut, se ha vuelto loco". Pero como
había muchos candidatos para su
puesto no tardaron en olvidarlo. En el
día señalado Moyut se encontró con el
Jádir, quien le dijo:
-Quítate las ropas y arrójate al río.
Quizás alguien te salvará.
Moyut lo hizo sin hesitar, aunque se
preguntaba si se había vuelto loco.
Puesto que sabía nadar no se hundió,
pero fue arrastrado por las aguas
largamente antes de que un pescador
lo hiciera subir a su bote y le dijera:
-Hombre loco, la corriente es muy
fuerte, ¿qué estás tratando de hacer?
Moyut dijo:
-Realmente no lo sé.
-Estás loco -dijo el pescador-, pero te
llevaré a mi cabaña junto al río, y
veremos qué puedo hacer por ti.
Cuando el pescador descubrió que
Moyut hablaba bien, aprendió de él a
leer y a escribir. En cambio le dio
alimento y un lugar donde habitar.
Moyut ayudaba al pescador en su
trabajo. Después de unos pocos meses
el Jádir volvió a aparecer, esta vez al
pie de la cama de Moyut, y le dijo:
-Levántate y deja a este pescador. Ya
veremos qué se hace contigo.
Moyut salió inmediatamente de la
cabaña, se vistió como pescador y
vagabundeó hasta llegar a una
carretera. Cuando se hizo el día vio a
un agricultor en un burro en su
camino hacia el mercado.
-¿Buscas trabajo? -le preguntó el
agricultor-, porque necesito a un
hombre que me ayude para traer de
vuelta algunas compras que debo
hacer.
Moyut lo siguió. Trabajó para el
agricultor durante casi dos años,
tiempo en el cual aprendió bastante
sobre agricultura, pero sobre ninguna
otra cosa. Un atardecer, mientras
estaba limpiando algodón, se le
apareció el Jádir y le dijo:
-Deja este trabajo, ve a la ciudad de
Mosul y usa los ahorros para
convertirte en un mercader de pieles.
Moyut obedeció. En Mosul se hizo
conocido como mercader de pieles y
no volvió a ver al Jádir durante tres
años. Había ahorrado una suma
considerable de dinero y estaba
pensando en comprar una casa,
cuando el Jádir volvió a aparecérsele y
le dijo:
-Dame tu dinero. Vete de esta ciudad.
Ve tan lejos como Samarkanda, y
trabaja allí como almacenero.
Moyut lo hizo. En realidad empezó a
mostrar signos bastante ciertos de
iluminación. Curaba a los enfermos,
servía a sus conciudadanos y durante
su tiempo libre notaba que los
misterios se iban profundizando en él
cada vez más acentuadamente.
Filósofos, hombres de negocios, lo
visitaban y le preguntaban:
-¿Con quién estudiaste?
-Es difícil decirlo -contestaba Moyut.
Sus discípulos le preguntaban:
-¿Cómo empezaste tu carrera?
Él decía:
-Como un pequeño funcionario.
-¿Y la abandonaste para dedicarte a la
mortificación?
-No. Simplemente la abandoné -decía
Moyut.
Y sus discípulos no lo entendían. La
gente se le acercaba para escribir la
historia de su vida.
-¿Qué has sido en tu vida? -le
preguntaban.
-Salté a un río, me convertí en
pescador; después me fui de una
cabaña en la mitad de una noche;
después de esto me volví agricultor, y
mientras estaba limpiando algodón
cambié y fui a Mosul, donde me
convertí en un mercader en pieles.
Ahorré algún dinero allí, pero lo dejé, y
después vine a Samarkanda y trabajé
como almacenero. Y aquí es donde
estoy ahora.
-Pero esta conducta inexplicable no
ilumina para nada tus dones tan
extraños y tus ejemplos maravillosos,
decían los biógrafos.
-Así es -decía Moyut.
De tal suerte, los biógrafos organizaron
para Moyut una historia muy excitante
y maravillosa, porque todos los santos
deben tener su historia, y la historia
debe estar de acuerdo con el apetito
del oyente, no con las realidades de la
vida. Y nadie puede hablar del Jádir
directamente. Tal es la razón por la
cual esa historia no es cierta. Es una
representación de la vida. Esta es la
verdadera vida de uno de los más
grandes sufíes.