17/2/13

SÁNDOR MARAI. EL ÚLTIMO ENCUENTRO

“Envejecemos así, por partes. Más
tarde, de repente, empieza a
envejecer el alma: porque por muy
viejo y decrépito que sea ya tu
cuerpo, tu alma sigue rebosante de
deseos y de recuerdos, busca y se
exalta, desea el placer. Cuando se
acaba el deseo de placer, ya solo
quedan los recuerdos, las
vanidades, y entonce sí que
envejece uno, fatal y
definitivamente. Un día te
despiertas y te frotas los ojos, y ya
no sabes para qué te has
despertado”.
" Uno acepta el mundo, poco a
poco, y muere. Comprende la
maravilla y la razón de las acciones
humanas. El lenguaje simbólico del
inconsciente... porque las personas
se comunican por símbolos, ¿te has
dado cuenta?, como si hablaran un
idioma extraño, chino o algo así,
cuando hablan de cosas
importantes, como si hablaran un
idioma que luego hay que traducir
al idioma de la realidad. No saben
nada de sí mismas. Sólo hablan de
sus deseos, y tratan desesperada e
inconscientemente de esconder, de
disimular. La vida se vuelve casi
interesante cuando ya has
aprendido las mentiras de los
demás, y empiezas a disfrutar
observándolos, viendo que siempre
dicen otra cosa de lo que piensan,
de lo que quieren en verdad... Sí, un
día llega la aceptación de la verdad,
y eso significa la vejez y la muerte.
Pero entonces tampoco esto duele
ya. Krisztina me engañó, ¡Qué frase
más estúpida!... Y me engañó
precisamente contigo, ¡qué rebeldía
más miserable! Sí, es así, no me
mires tan sorprendido: de verdad
me da lástima. Más tarde, cuando
me enteré de muchas cosas y lo
comprendí y lo acepté todo (porque
el tiempo trajo a la isla de mi
soledad algunos restos, algunas
señales significativas de aquel
naufragio), empecé a sentir piedad
al mirar al pasado, y al veros a
vosotros dos, rebeldes miserables,
mi esposa y mi amigo, dos personas
que se rebelaban contra mí,
atemorizadas y con remordimientos,
consumidas por la pasión, que
habían sellado un pacto de vida o
muerte contra mí. "
“Exigir fidelidad ¿no sería acaso un
grado extremo de la egolatría, del
egoísmo y de la vanidad, como la
mayoría de las cosas y los deseos de
los seres humanos? Cuando
exigimos a alguien fidelidad, ¿es
acaso nuestro propósito que la otra
persona sea feliz? Y si la otra
persona no es feliz en la sutil
esclavitud de la fidelidad, ¿amamos
a la persona a la que se la exigimos?
Y si no amamos a esa persona ni la
hacemos feliz, ¿tenemos derecho a
exigirle fidelidad y sacrificio”.
«La mansión lo comprendía todo,
como una enorme tumba de piedra
tallada donde se desmoronan los
restos de varias generaciones y se
deshacen las vestimentas de seda
gris y paño negro de las mujeres y
de los hombres de antaño.
Comprendía también el silencio,
como si éste fuera un preso
fervoroso y creyente que se va
muriendo poco a poco en el fondo
del calabozo, dejándose crecer una
larga barba sobre sus trapos y
harapos, recostado en un montón
de paja podrida».
«Tú también te detienes en medio
de los arbustos, te paralizas, tú
también, el cazador. Sientes en tus
manos un temblor ancestral, tan
antiguo como el hombre mismo, la
disposición para matar, la atracción
cargada de prohibiciones, la pasión
más fuerte, un impulso que no es ni
bueno ni malo, el impulso secreto,
el más poderoso de todos: mas
fuerte que el otro, más hábil, ser un
maestro, no fallar. Es lo que siente
el leopardo cuando se prepara para
saltar, la serpiente cuando se yergue
entre las rocas, el cóndor cuando
desciende de las alturas, y el
hombre cuando contempla su
presa».
Fundación Imagen: Desayuno sobre
la hierba (E. Manet)