Ni debería hablarse de “baja 
 temperatura del espacio” ni puede el 
 espacio vacío tener una temperatura. 
 La temperatura es el contenido térmico 
 medio por átomo de una cantidad de 
 materia, y sólo la materia puede tener 
 temperatura. 
 Supongamos que un cuerpo como la 
 Luna flotase en el espacio, a años luz 
 de la estrella más cercana. Si al 
 principio la superficie está a 25º C, 
 perdería continuamente calor por 
 radiación, pero también lo ganaría de 
 la radiación de las estrellas lejanas. Sin 
 embargo, la radiación que llegaría 
 hasta ella desde las estrellas sería tan 
 pequeña, que no compensaría la 
 pérdida ocasionada por su propia 
 radiación, y la temperatura de la 
 superficie comenzaría a bajar al 
 instante. 
 A medida que la temperatura de la 
 superficie lunar bajase iría decreciendo 
 el ritmo de pérdida de calor por 
 radiación, hasta que finalmente, 
 cuando la temperatura fuese 
 suficientemente baja, la pérdida por 
 radiación sería lo suficientemente 
 pequeña como para ser compensada 
 por la absorción de la radiación de las 
 lejanas estrellas. En ese momento, la 
 temperatura de la superficie lunar sería 
 realmente baja: ligeramente superior al 
 cero absoluto. 
 Esta baja temperatura de la superficie 
 lunar, lejos de las estrellas, es un 
 ejemplo de lo que la gente quiere decir 
 cuando habla de la “baja temperatura 
 del espacio”. 
 En realidad, la Luna no está lejos de 
 todas las estrellas. Está bastante cerca 
 —menos de 100 millones de millas— 
 de una de ellas: el Sol. Si la Luna diese 
 al Sol siempre la misma cara, esta cara 
 iría absorbiendo calor solar hasta que 
 su temperatura en el centro de la cara 
 sobrepasara con mucho el punto de 
 ebullición del agua. Sólo a esa 
 temperatura tan alta estarían 
 equilibrados el gran influjo solar y su 
 propia pérdida por radiación. 
 El calor solar avanzaría muy despacio a 
 través de la sustancia aislante de la 
 Luna, de suerte que la cara opuesta 
 recibiría muy poco calor y este poco lo 
 radiaría al espacio. La cara nocturna se 
 hallaría por tanto a la «baja 
 temperatura del espacio». 
 Ahora bien, la Luna gira con respecto 
 al Sol, de suerte que cualquier parte de 
 la superficie recibe sólo el equivalente 
 de dos semanas de luz solar de cada 
 vez. Con este período de radiación tan 
 limitado la temperatura superficial, de 
 la Luna apenas alcanza el punto de 
 ebullición del agua en algunos lugares. 
 Durante la larga noche, la temperatura 
 permanece nada menos que a 120º 
 por encima del cero absoluto (más 
 bien frío para nosotros) en todo 
 momento, porque antes de que siga 
 bajando vuelve a salir el Sol. 
 La Tierra es un caso completamente 
 diferente, debido a que tiene una 
 atmósfera y océanos. El océano se 
 traga el calor de manera mucho más 
 eficaz que la roca desnuda y lo suelta 
 más despacio. Actúa como un colchón 
 térmico: su temperatura no sube tanto 
 en presencia del Sol ni baja tampoco 
 tanto, comparado con la Tierra, en 
 ausencia suya. La Tierra gira además 
 tan rápido, que en la mayor parte de 
 su superficie el día y la noche sólo 
 duran horas. Por otro lado, los vientos 
 atmosféricos transportan el calor de la 
 cara diurna a la nocturna y de los 
 trópicos a los polos. 
 Todo esto hace que la Tierra esté 
 sometida a una gama de temperaturas 
 mucho más pequeñas que la Luna, 
 pese a que ambos cuerpos distan lo 
 mismo del Sol. 
 ¿Qué le pasaría a una persona que se 
 viera expuesta a las temperaturas 
 subantárticas de la cara nocturna de la 
 Luna? No tanto como uno diría. Aquí, 
 en la Tierra, aun yendo abrigados con 
 vestidos aislantes, el cuerpo humano 
 pierde rápidamente calor, que se 
 disipa en la atmósfera y sus vientos, 
 que a su vez se encargan de llevárselo 
 lejos. La situación en la Luna es muy 
 diferente. Un hombre, enfundado en 
 su traje y botas espaciales, 
 experimentaría una pérdida muy 
 escasa, ya fuese por conducción a la 
 superficie o por convección al espacio 
 vacío en ausencia de viento. Es como si 
 se hallase dentro de un termo en el 
 vacío y radiando sólo pequeñas 
 cantidades de infrarrojos. El proceso 
 de enfriamiento sería muy lento. Su 
 cuerpo estaría produciendo 
 naturalmente calor todo el tiempo, y es 
 más probable que sintiese calor que 
 no frío. 
 INFO: En 1965 el genial escritor y 
 divulgador científico Isaac Asimov 
 aceptó una oferta de la revista “Science 
 Digest” que consistía en responder a 
 preguntas formuladas por sus lectores 
 brevemente, en torno a 500 palabras. 
 Lo que un principio iba a ser una 
 colaboracion esporádica terminó 
 siendo algo mensual. Ocho años 
 despues, en 1973, había realizado mas 
 de cien entregas y decidió publicarlas 
 junticas en un libro, que se llamó como 
 la sección, “Please Explain” (Por favor, 
 explique) y que fue publicado por la 
 Editorial Houghton Mifflin Company. 
 
