La primera constancia histórica 
 de los antecedentes de una 
 orden de caballería religioso 
 militar de que tenemos noticia 
 es el Hospital de San Juan de 
 Jerusalén, creado el s. XI, 
 próximo a la Iglesia del santo 
 Sepulcro, de origen amalfitano y 
 protegido por la dinastía egipcia 
 del califato fatimí, Hospital que, 
 con el tiempo daría lugar a la 
 Orden de los Caballeros 
 Hospitalarios de San Juan de 
 Jerusalén, actualmente la Orden 
 de Malta. Tal vez ya funcionase 
 incipientemente desde el año 
 1048, aunque la primera 
 referencia escrita del Hospital y 
 la licencia fatimí a los 
 amalfitanos data del 1084. 
 El año de 1054, durante el 
 Patriarcado de Constantinopla 
 de Miguel Cerulario se 
 consumaba la división cristiana 
 entre Oriente y Occidente 
 intercambiándose 
 excomuniones mutuas con el 
 Papa de Roma. 
 17 años después, en la batalla 
 de Manzikert (1071), el ejército 
 bizantino era barrido por la 
 caballería ligera turca: los 
 seljúcides devenían así amos del 
 Próximo Oriente, Anatolia, Siria y 
 la misma Jerusalén, que hasta 
 entonces, bajo la tolerante 
 protección egipcia era visitada 
 por peregrinos de todo el 
 mundo, muchos de ellos a 
 través del ya en decadencia 
 Imperio Bizantino. 
 Fué el fin de dos cosas: de la 
 idea de Imperio Bizantino–Gran 
 Potencia y de Jerusalén ciudad 
 abierta a los peregrinos. 
 Coincidió pues 
 cronológicamente la debilitación 
 que para el Cristianismo supuso 
 la consumación de la división 
 del Cristianismo conocida como 
 Cisma de Oriente y el ascenso 
 de una corriente islámica 
 fanatizada como fue la seljúcida. 
 En todo caso, la sensación de 
 seguridad y/o garantía que 
 podía ofrecer el viejo imperio al 
 Cristianismo en el Oriente 
 mediterráneo se desvaneció 
 totalmente. 
 Hay que tener presente que el 
 ejército bizantino, hasta 
 entonces estaba 
 mayoritariamente integrado por 
 mercenarios: antiguamente, 
 incluso hunos, como los que 
 sirvieron bajo el general 
 Belisario. Normalmente eran 
 isaurios, anatolios y esteparios 
 diversos (pechenegos, algun 
 kázaro, eslavos…) 
 Incluso la guardia pretoriana del 
 emperador era mercenaria y 
 foránea: era la famosa Guardia 
 Varega (vikinga, en gran parte 
 sueca pero también integrada 
 por noruegos y daneses: Harald 
 Hardrada, el rey noruego 
 muerto en la batalla de 
 Stamford Bridge el any 1066 
 frente el rey anglosajón Haroldo 
 Godwin había sido su “prefecto” 
 o comandante en jefe) [1] 
 Igualmente la caballería 
 bizantina no era ni fué nunca 
 una “orden” religiosa; 
 descendiente “nominal” de la 
 muy antigua clase social romana 
 de los equites, era solamente un 
 cuerpo militar como lo habían 
 sido las decúrias legionarias 
 romanas agrupadas en las 
 turmas de caballería asignadas a 
 cada legión; normalmente 
 estaba integrada por unidades 
 de caballería pesada, los 
 catafractos (con cotas de malla y 
 armaduras “de placa”, al estilo 
 de los jaseranes persas y 
 korasmianos, tanto el jinete 
 como el caballo) y los 
 clibanarios (protegidos jinete y 
 caballo con armaduras pesadas 
 de cuero y especialmente de 
 boata acorazada, llamada 
 clíbanos y bastante parecida a la 
 posterior protección de las 
 sobrevestes de los caballeros 
 catalanes llamada perpunt). 
 Todos ellos eran 
 mayoritariamente mercenarios 
 de las estepas ucranianas, 
 búlgaros, tracios, serbios y 
 también algunos escitas, 
 asiáticos, tardohunos, cumanos, 
 tártaros... y también isaurios de 
 Anatolia. 
 Por su lentitud y falta de 
 agilidad, eran enemigos fáciles 
 para la ágil caballería turca que 
 luchaba al estilo tártaro o 
 mongol. 
 La caballería ligera bizantina, 
 también en su mayoría 
 mercenarios de origen albanés, 
 macedonio o tracio, los famosos 
 estradiotes, eran un cuerpo muy 
 semejante a los mismos 
 genízaros montados turcos (los 
 “delis”) o a los muy posteriores 
 hakkapeliitas finlandeses de la 
 Guerra de los 30 años: una 
 forma de antepasados de los 
 futuros escuadrones de 
 “dragones” o de los “ulanos” 
 prusianos, al alternar armas de 
 fuego (desde el s. XV) con 
 grandes lanzas de embestida. 
 Desde el reinado del siniestro 
 “Basileus” Basilio II 
 Bulgaróktonos (Mata-búlgaros) 
 durante la segunda mitad del s. 
 X, se potenció la caballería 
 pesada en detrimento de los 
 estradiotes populares; 
 obviamente, el mantenimiento 
 de catafractos era mucho más 
 caro por la complejidad de su 
 equipo y armamento que el 
 mantenimiento de la caballería 
 ligera estradiota. Esa inversión 
 del estado en mantener 
 unidades tan costosas favoreció 
 la tendencia militar del 
 mercenariato bizantino (era muy 
 rentable para un campesino 
 “pre-cosaco” convertirse en 
 todo un catafracto imperial), por 
 lo que esta práctica ”viciada” 
 devino finalmente tradicional en 
 el Imperio de Oriente: 
 recordemos como un ejemplo 
 de la política de contratación de 
 mercenarios bizantina unos 
 hechos históricos muy próximos 
 a nosotros: la contratación de la 
 Gran Companyia Catalana de los 
 Almogávares a comienzos del s. 
 XIV por el “Basileus” Andrónico, 
 y el posterior asesinato del 
 “César” Roger de Flor por 
 Girgón, quien era, a su vez, jefe 
 de los mercenarios “alanos” del 
 Imperio. 
 El caso es que después de la 
 desgraciada deposición y de las 
 torturas a que fué sometido por 
 los propios bizantinos el 
 emperador Romano Diógenes, a 
 quien sacaron los ojos -entre 
 otras lindezas- por su derrota 
 en Manzikert, su sucesor en el 
 trono imperial, a pesar de la 
 consumación del cisma o 
 división de la época de Miguel 
 Cerulario 41 años antes, y 
 viendo que aquellos turcos 
 seljucíes eran mucho más que 
 peligrosos, que toda Anatolia ya 
 era suya y que la situación 
 pintaba muy mal para Bizancio, 
 pidió (1094 – 1095) al mismísimo 
 Papa de Roma mercenarios 
 (obviamente) para combatir 
 aquel peligro. 
 El Papa, Urbano II, al conocer la 
 demanda de auxilio del 
 emperador griego, hizo otra 
 cosa: convocó el concilio de 
 Clermont y ya sabemos que 
 pasó después cuando 
 Godofredo de Bouillón se puso 
 la cruz en la sobreveste y gritó 
 aquello de “¡¡Deus lo volt!!” 
 El año de 1099, después de la 
 batalla de Dorilea, los cruzados 
 borgoñones, lombardos, 
 alsacianos, flamencos y algún 
 catalán (Berenguer Ramon II de 
 Barcelona o Guillem II Jordà de 
 Cerdanya), tomaban Jerusalén a 
 los turcos, tras una matanza 
 horrible, fundándose el Reino 
 de Jerusalén, que duraría hasta 
 la caída de Acre el año 1294 (la 
 ciudad misma de Jerusalén la 
 reconquistaría el Islam antes; el 
 1187). 
 Desde Manzikert el 1071, y más 
 aún desde 1099, Bizancio ya no 
 garantizaba la cristiandad de 
 Jerusalén. Desde esas fechas fué 
 competencia de Occidente. 
 Fué entonces cuando, tras la 
 muerte de Godofredo de 
 Bouillón el 1100, y durante la 
 coronación de su hermano 
 Balduíno como primer rey del 
 reino de Jerusalén, en 
 agradecimiento a los monjes del 
 Hospital de San Juan se les 
 constituye como Orden de 
 Caballería consagrada a los 
 enfermos y peregrinos, 
 asignándoles un espacio muy 
 especial: las presuntas ruinas de 
 la casa de Zacarías, el padre de 
 San Juan Bautista, donde 
 levantan la iglesia de Santa 
 María Latina (ya no griega). 
 Pocos años después, bajo la 
 maestría de Raymond du Puy, la 
 Orden del Hospital toma la regla 
 de San Agustín y adopta su 
 aspecto plenamente militar. 
 Lo que sucedió después lo 
 sabemos todos los CBCS; se 
 fundaron las Órdenes militares 
 del Temple (1118 – 1129), en las 
 presuntas caballerizas del 
 Templo de Salomón; la de los 
 Estefanitas húngaros hacia el 
 1150, asociados a la Orden del 
 Hospital; y la Cofradía del Santo 
 Sepulcro, con el templo del 
 Santo Sepulcro y de la Anástasis 
 bajo su custodia. 
 Y también se fundó el año 1190, 
 durante el asedio de San Juan 
 de Acre de la III Cruzada, la 
 Orden de los Caballeros 
 Teutones del Hospital de Santa 
 María de Jerusalén, para acoger 
 caballeros cruzados alemanes 
 tras la muerte del Emperador 
 germánico Federico Barbarroja, 
 aunque se establecieron en el 
 castillo de Montfort, al norte de 
 Jerusalén, que habia vuelto a ser 
 islámica desde la espantosa 
 batalla de los Cuernos de Hattin 
 el 1187. Una orden 
 “paratemplaria” que únicamente 
 acogía caballeros alemanes y 
 que seguía la regla de San 
 Agustín como estructura 
 administrativa, pero que seguía 
 la de San Benito 
 referencialmente en el campo 
 militar. 
 Después comenzaron a 
 proliferar más órdenes 
 monásticas de caballería 
 religioso-militares por todo 
 Occidente cristiano. 
 Pero en todo caso, eran 
 órdenes católicas y romanas de 
 total y absoluta obediencia 
 papal; en el cristianismo 
 ortodoxo griego no existia esta 
 figura. 
 Las Órdenes eran católicas, 
 como las de Santiago de la 
 Espada, Montesa, Alcántara, 
 Calatrava, Alfama, Livonia, los 
 Portaespadas, San Lázaro... 
 Y sin ser monásticas sino 
 nobiliarias, otras órdenes 
 históricamente guerreras como 
 la borgoñona del Toisón de 
 Oro, o la inglesa de la Jarretera 
 también eran católicas. Incluso 
 era católica romana (y no 
 ortodoxa) la Orden del Dragón 
 de San Jorge, ratificada por el 
 Papa el 1411, de origen 
 húngaro, la famosa Orden de 
 “Drácula” Vlad Tepes, orden de 
 la que fué miembro el conde de 
 Barcelona y Rey de Aragón 
 Alfonso el Magnánimo.