Cierto que en principio el nombre 
 puede echar un poco para atrás, pero 
 el caso es que Ludwig Wittgenstein es 
 uno de esos personajes altamente 
 curiosos que ha dado la historia. Nació 
 en Viena en 1889, en el seno de una 
 de las familias más ricas del Imperio 
 Austrohungaro, gracias a su 
 monopolio de la producción de hierro 
 y acero. Recibió una educación 
 esmerada, y en su casa eran habituales 
 personalidades de todo tipo, 
 existiendo un ambiente excepcional en 
 el plano artístico e intelectual. Por 
 ejemplo, su casa era frecuentada por 
 Mahler, Pau Casals o Brahms. Decir a 
 este respecto de la música que su 
 hermano Paul fue un gran concertista 
 de piano y que al perder el brazo en la 
 guerra, le fue dedicado el famoso 
 concierto para la mano izquierda de 
 Ravel. Volviendo al tema, Wittgenstein 
 tuvo en principio inclinaciones hacia la 
 ingeniería, pero también hacia la 
 filosofía, y fue definitivamente hacia 
 esta a donde dirigió sus esfuerzos 
 intelectuales y verdaderamente 
 demostró en su devenir vital, que la 
 ética (hasta donde yo sé) presidia 
 totalmente sus acciones. 
 Tuvo como profesor a Bertrand Russell 
 y para concentrarse en sus 
 investigaciones filosóficas llegó a 
 marchar a un paraje solitario, a una 
 cabaña en un apartado fiordo de 
 Noruega. Cuando llegó la Primera 
 Guerra Mundial, se alistó voluntario en 
 el ejército como artillero, a pesar de 
 que en principio había sido declarado 
 inútil para el servicio por problemas de 
 salud, una vez superado este primer 
 obstáculo y ser aceptado, se negó a 
 entrar con grado alguno, pese al poder 
 que ostentaba su familia, y así se 
 desenvolvió como soldado raso. 
 Pretendía con ello demostrarse a sí 
 mismo y a los demás que era capaz de 
 ascender por méritos propios y así, en 
 el transcurso de la contienda logró 
 varias medallas y llegó al grado de 
 Sargento. Pero además tuvo tiempo 
 para entre batalla y batalla, bombazo 
 aquí y allá, de escribir uno de los libros 
 más interesantes de la filosofía reciente 
 el "Tractatus Logico-Philosophicus" 
 que ya había finalizado al ser hecho 
 prisionero al final de la contienda. Un 
 libro que sería de gran repercusión en 
 el devenir del Positivismo y de toda la 
 filosofía y el saber posterior, aunque él 
 mismo después trabajara en la crítica 
 de su propia creación. 
 Al terminar la guerra renunció a su 
 parte de la herencia paterna (un 
 piquito nada desdeñable) que repartió 
 entre sus hermanos y un buen 
 número de artistas e intelectuales, 
 entre los que se encontraba Rilke, con 
 la promesa de que jamás se lo 
 devolverían. Así, este señor, que podría 
 estar paseándose por los grandes 
 salones y las alfombras rojas, dotado 
 de un intelecto preclaro, toma la senda 
 de una vida humilde como profesor 
 primero y como jardinero después. 
 Tiempo después tomaría el puesto de 
 catedrático en Cambridge, lo cual no le 
 haría olvidar su determinación cuando 
 de tomar partido se trataba y llegada la 
 Segunda Guerra Mundial ejerció de 
 forma voluntaria como enfermero. Al 
 final de su vida incluso renunciaría a su 
 cátedra en Cambridge. 
 Tenía un temperamento irritable, más 
 bien nervioso y tendente a la 
 depresión. Cuatro de sus hermanos se 
 suicidaron, y el mismo coqueteaba con 
 la idea de la muerte frecuentemente. 
 Tendia a la soledad y a alejarse de los 
 demás. Toda su vida vivió atormentado 
 por su ideal de autenticidad, que se 
 exigia continuamente a si mismo (su 
 devenir anteriormente descrito da una 
 buena idea de ello), y era en extremo 
 exigente en su trabajo. Su trato con los 
 demás era difícil y no tenía demasiada 
 confianza en la bondad y cualidades 
 del ser humano (aun cuando él a mi 
 me parece un gran ser humano, capaz 
 de renunciar a tantas comodidades). 
 Así, a menudo sentía la urgente 
 necesidad de aislarse del mundo y las 
 personas y vivir en la más completa 
 soledad. Muere en 1959 víctima de un 
 cáncer de próstata (dolorosísimo hoy 
 día si no fuera por los remedios 
 modernos, más entonces con las 
 limitaciones de aquella medicina) y aún 
 así se negó a recibir tratamiento 
 alguno. Parece que sus últimas 
 palabras, dirigidas al médico que le 
 atendía fueron: "Diles que mi vida fue 
 maravillosa" 
 En el inicio de la película de Alex de la 
 Iglesia "Los crímenes de Oxford" hay 
 un magnifico parlamento de John Hurt 
 sobre él, que fue el que me abrió un 
 poco más la curiosidad por este 
 personaje, del que me encantaría 
 encontrarme con una buena biografía. 
 Su vida es sin duda una vida de novela
