El ecologismo no lo inventó 
 Greenpeace o James Lovelock y su 
 hermosa teoría de Gaia, ni con Rachel Carson y su obra "La primavera 
 silenciosa". 
 Tiene su origen mucho 
 antes y unánimemente se reconoce 
 como el primer manifiesto en defensa 
 del medio ambiente la carta que el Jefe 
 de Seattle, líder de las tribus 
 Suquamish y Duwamish, escribe en 
 1855 en respuesta al Presidente de 
 Estados Unidos, Franklin Pierce, quien 
 previamente le había enviado un 
 mensaje invitándolo a vender sus 
 tierras, que hoy forman el Estado de 
 Washington, y a que marchara con su 
 tribu a una reserva donde pudieran 
 vivir según sus costumbres. El Jefe 
 Seattle, arriba en la foto, finalmente 
 tuvo que firmar el traspaso de tierras y 
 su carta permaneció escondida 
 durante 32 años, hasta que fue 
 publicada en 1887.  
  
 “El Gran Jefe Blanco de Washington ha 
 ordenado hacernos saber que nos 
 quiere comprar las tierras. El Gran Jefe 
 Blanco nos ha enviado también 
 palabras de amistad y de buena 
 voluntad. Mucho apreciamos esta 
 gentileza, porque sabemos que poca 
 falta le hace nuestra amistad. Vamos a 
 considerar su oferta pues sabemos 
 que, de no hacerlo, el hombre blanco 
 podrá venir con sus armas de fuego a 
 tomar nuestras tierras. El Gran Jefe 
 Blanco de Wáshington podrá confiar 
 en la palabra del jefe Seattle con la 
 misma certeza que espera el retorno 
 de las estaciones. Como las estrellas 
 inmutables son mis palabras. 
 ¿Cómo se puede comprar o vender el 
 cielo o el calor de la tierra? Esa es para 
 nosotros una idea extraña. 
 Si nadie puede poseer la frescura del 
 viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es 
 posible que usted se proponga 
 comprarlos? 
 Cada pedazo de esta tierra es sagrado 
 para mi pueblo. Cada rama brillante de 
 un pino, cada puñado de arena de las 
 playas, la penumbra de la densa selva, 
 cada rayo de luz y el zumbar de los 
 insectos son sagrados en la memoria y 
 vida de mi pueblo. La savia que recorre 
 el cuerpo de los árboles lleva consigo 
 la historia del piel roja. 
 Los muertos del hombre blanco 
 olvidan su tierra de origen cuando van 
 a caminar entre las estrellas. Nuestros 
 muertos jamás se olvidan de esta bella 
 tierra, pues ella es la madre del 
 hombre piel roja. Somos parte de la 
 tierra y ella es parte de nosotros. Las 
 flores perfumadas son nuestras 
 hermanas; el ciervo, el caballo, el gran 
 águila, son nuestros hermanos. Los 
 picos rocosos, los surcos húmedos de 
 las campiñas, el calor del cuerpo del 
 potro y el hombre, todos pertenecen a 
 la misma familia. 
 Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco 
 en Wáshington manda decir que desea 
 comprar nuestra tierra, pide mucho de 
 nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que 
 nos reservará un lugar donde 
 podamos vivir satisfechos. Él será 
 nuestro padre y nosotros seremos sus 
 hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a 
 considerar su oferta de comprar 
 nuestra tierra. Pero eso no será fácil. 
 Esta tierra es sagrada para nosotros. 
 Esta agua brillante que se escurre por 
 los riachuelos y corre por los ríos no 
 es apenas agua, sino la sangre de 
 nuestros antepasados. Si les 
 vendemos la tierra, ustedes deberán 
 recordar que ella es sagrada, y 
 deberán enseñar a sus niños que ella 
 es sagrada y que cada reflejo sobre las 
 aguas limpias de los lagos hablan de 
 acontecimientos y recuerdos de la vida 
 de mi pueblo. El murmullo de los ríos 
 es la voz de mis antepasados. 
 Los ríos son nuestros hermanos, 
 sacian nuestra sed. Los ríos cargan 
 nuestras canoas y alimentan a 
 nuestros niños. Si les vendemos 
 nuestras tierras, ustedes deben 
 recordar y enseñar a sus hijos que los 
 ríos son nuestros hermanos, y los 
 suyos también. Por lo tanto, ustedes 
 deberán dar a los ríos la bondad que 
 le dedicarían a cualquier hermano. 
 Sabemos que el hombre blanco no 
 comprende nuestras costumbres. Para 
 él una porción de tierra tiene el mismo 
 significado que cualquier otra, pues es 
 un forastero que llega en la noche y 
 extrae de la tierra aquello que necesita. 
 La tierra no es su hermana sino su 
 enemiga, y cuando ya la conquistó, 
 prosigue su camino. Deja atrás las 
 tumbas de sus antepasados y no se 
 preocupa. Roba de la tierra aquello 
 que sería de sus hijos y no le importa. 
 La sepultura de su padre y los 
 derechos de sus hijos son olvidados. 
 Trata a su madre, a la tierra, a su 
 hermano y al cielo como cosas que 
 puedan ser compradas, saqueadas, 
 vendidas como carneros o adornos 
 coloridos. Su apetito devorará la tierra, 
 dejando atrás solamente un desierto. 
 Yo no entiendo, nuestras costumbres 
 son diferentes de las suyas. Tal vez sea 
 porque soy un salvaje y no 
 comprendo. 
 No hay un lugar quieto en las ciudades 
 del hombre blanco. Ningún lugar 
 donde se pueda oír el florecer de las 
 hojas en la primavera o el batir las alas 
 de un insecto. Mas tal vez sea porque 
 soy un hombre salvaje y no 
 comprendo. El ruido parece solamente 
 insultar los oídos. 
 ¿Qué resta de la vida si un hombre no 
 puede oír el llorar solitario de un ave o 
 el croar nocturno de las ranas 
 alrededor de un lago?. Yo soy un 
 hombre piel roja y no comprendo. El 
 indio prefiere el suave murmullo del 
 viento encrespando la superficie del 
 lago, y el propio viento, limpio por una 
 lluvia diurna o perfumado por los 
 pinos. 
 El aire es de mucho valor para el 
 hombre piel roja, pues todas las cosas 
 comparten el mismo aire -el animal, el 
 árbol, el hombre- todos comparten el 
 mismo soplo. Parece que el hombre 
 blanco no siente el aire que respira. 
 Como una persona agonizante, es 
 insensible al mal olor. Pero si 
 vendemos nuestra tierra al hombre 
 blanco, él debe recordar que el aire es 
 valioso para nosotros, que el aire 
 comparte su espíritu con la vida que 
 mantiene. El viento que dio a nuestros 
 abuelos su primer respiro, también 
 recibió su último suspiro. Si les 
 vendemos nuestra tierra, ustedes 
 deben mantenerla intacta y sagrada, 
 como un lugar donde hasta el mismo 
 hombre blanco pueda saborear el 
 viento azucarado por las flores de los 
 prados. 
 Por lo tanto, vamos a meditar sobre la 
 oferta de comprar nuestra tierra. Si 
 decidimos aceptar, impondré una 
 condición: el hombre blanco debe 
 tratar a los animales de esta tierra 
 como a sus hermanos. 
 Soy un hombre salvaje y no 
 comprendo ninguna otra forma de 
 actuar. Vi un millar de búfalos 
 pudriéndose en la planicie, 
 abandonados por el hombre blanco 
 que los abatió desde un tren al pasar. 
 Yo soy un hombre salvaje y no 
 comprendo cómo es que el caballo 
 humeante de hierro puede ser más 
 importante que el búfalo, que 
 nosotros sacrificamos solamente para 
 sobrevivir. 
 ¿Qué es el hombre sin los animales? Si 
 todos los animales se fuesen, el 
 hombre moriría de una gran soledad 
 de espíritu, pues lo que ocurra con los 
 animales en breve ocurrirá a los 
 hombres. Hay una unión en todo. 
 Ustedes deben enseñar a sus niños 
 que el suelo bajo sus pies es la ceniza 
 de sus abuelos. Para que respeten la 
 tierra, digan a sus hijos que ella fue 
 enriquecida con las vidas de nuestro 
 pueblo. Enseñen a sus niños lo que 
 enseñamos a los nuestros, que la 
 tierra es nuestra madre. Todo lo que le 
 ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos 
 de la tierra. Si los hombres escupen en 
 el suelo, están escupiendo en sí 
 mismos. 
 Esto es lo que sabemos: la tierra no 
 pertenece al hombre; es el hombre el 
 que pertenece a la tierra. Esto es lo 
 que sabemos: todas la cosas están 
 relacionadas como la sangre que une 
 una familia. Hay una unión en todo. 
 Lo que ocurra con la tierra recaerá 
 sobre los hijos de la tierra. El hombre 
 no tejió el tejido de la vida; él es 
 simplemente uno de sus hilos. Todo lo 
 que hiciere al tejido, lo hará a sí 
 mismo. 
 Incluso el hombre blanco, cuyo Dios 
 camina y habla como él, de amigo a 
 amigo, no puede estar exento del 
 destino común. Es posible que seamos 
 hermanos, a pesar de todo. Veremos. 
 De una cosa estamos seguros que el 
 hombre blanco llegará a descubrir 
 algún día: nuestro Dios es el mismo 
 Dios. 
 Ustedes podrán pensar que lo poseen, 
 como desean poseer nuestra tierra; 
 pero no es posible, Él es el Dios del 
 hombre, y su compasión es igual para 
 el hombre piel roja como para el 
 hombre piel blanca. 
 La tierra es preciosa, y despreciarla es 
 despreciar a su creador. Los blancos 
 también pasarán; tal vez más rápido 
 que todas las otras tribus. Contaminen 
 sus camas y una noche serán 
 sofocados por sus propios desechos. 
 Cuando nos despojen de esta tierra, 
 ustedes brillarán intensamente 
 iluminados por la fuerza del Dios que 
 los trajo a estas tierras y por alguna 
 razón especial les dio el dominio sobre 
 la tierra y sobre el hombre piel roja. 
 Este destino es un misterio para 
 nosotros, pues no comprendemos el 
 que los búfalos sean exterminados, los 
 caballos bravíos sean todos domados, 
 los rincones secretos del bosque 
 denso sean impregnados del olor de 
 muchos hombres y la visión de las 
 montañas obstruida por hilos de 
 hablar. 
 ¿Qué ha sucedido con el bosque 
 espeso? Desapareció. 
 ¿Qué ha sucedido con el águila? 
 Desapareció. 
 La vida ha terminado. Ahora empieza la 
 supervivencia.”
