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7/2/12

LOS DISCOS DE DROPA (O DE BAYAN KARA ULA)

Año 1938, Chi Pu Tei
comanda una expedición arqueológica
por las heladas montañas Baian-Kara-
Ula, frontera entre China y el Tíbet. La
expedición se adentra en unas cuevas
que al punto se muestran no naturales.
Un laberinto de túneles y despensas
perfectamente tallados y con la
peculiaridad de que las paredes están
muy bien cuadradas y cristalizadas,
como si en la perforación se hubiesen
usado fuentes de calor extremo
capaces de fundir la roca.
En algunas paredes encuentran
antiquísimos pictogramas de la cúpula
celeste, el sol, la luna y varias estrellas
unidas por líneas, como un mapa de
carreteras estelar.
Profundizando en las cuevas hayan
una serie de enterramientos pulcros y
cuidados, en ellos descubren los
restos de esqueletos que al primer
vistazo se asemejan más a primates
que a humanos. Cuerpos menudos y
de huesos finos, de apenas 130
centímetros de altura y cabezas
desproporcionadamente grandes.
Claro está, ante la pulcritud de los
enterramientos se descarta que sean
primates y piensan que deben ser
alguna clase de hombres prehistóricos
todavía desconocidos.
Continuando con la exploración, entre
el viejo polvo del suelo, encuentran un
extraño disco de unos treinta
centímetros de diámetro con un orificio
central de unos dos centímetros. Los
discos son de una perfección
geométrica total y están grabados con
un surco en espiral que comienza en el
centro para acabar en la parte exterior.
A simple vista, son muy parecidos a los
antiguos discos de vinilo, pero más
toscos y pesados.
Al cabo de unas semanas de
exploración, Chi Pu Tei regresa a la
universidad de Beijing, de donde es
profesor, con la friolera de 716 discos.
Allí se descubre que los surcos de los
discos son en realidad una serie de
pequeños grabados jeroglíficos de
difícil lectura y descifrado. De estar
datados correctamente y tener 12
milenios, el arqueólogo chino está ante
la prueba física más antigua de
escritura de la historia. Incluso mucho
más antigua que la civilización egipcia.
Chi Pu Tei no consigue descifrar el
extraño alfabeto y con el tiempo, estos
discos y otros objetos de la expedición
quedan catalogados y olvidados en el
almacén de la universidad de Beijing,
hasta que en 1962, Tsum Um Nui, otro
arqueólogo de la universidad los
rescata y comienza de nuevo la
investigación que le llevará, tiempo
atrás, a desencriptar con éxito los
jeroglíficos. La tarea fue larga y
costosa, muchos de los discos estaban
deteriorados y se rompía el código.
Lentamente, Tsum Um transcribió al
papel, con ayuda de lentes de aumento
todos los signos y comenzó a
clasificarlos para encontrar las
secuencias y los significados de cada
uno de ellos. No con todos lo
consiguió, pero si con un número
suficiente para encontrar el significado
de ellos.
Los discos contaban, ni más ni menos,
la historia de un pueblo que se
autodenominaba “Los Dropa” (de ahí
el nombre por el que se los conoce
ahora), que había llegado de un lejano
planeta y que por una avería en su
medio de transporte habían acabado
en aquel lugar de las montañas, donde
los Ham, antigua tribu que moraba en
aquel lugar, los atacaron y mataron a
muchos de ellos hasta que
consiguieron comunicarse con signos y
los dejaron en paz. Los Dropa no
consiguieron reparar su nave para
regresar a su lugar de origen y se
quedaron a vivir en la tierra.
De esto ser cierto, el darlo a conocer
iba a ser la mayor noticia de la historia.
Pero a la universidad le pareció que el
estudio de Tsum Um Nui no tenía las
garantías suficientes como para ser
publicado, pues estaba en juego el
honor de la universidad y le prohibió
dar a conocer los resultados de su
trabajo.
Pero unos años después, no se sabe
muy bien si con el consentimiento o no
de la universidad, el arqueólogo
publicó todo su trabajo en “La
escritura acanalada concerniente a las
naves espaciales que, como se registró
en los discos, aterrizaron en la Tierra
hace 12.000 años.”
Quizás por lo espectacular o la
rotundidad de lo que se había
descubierto, la comunidad científica de
todo el mundo se rió literalmente de
las conclusiones y traducción de los
discos por el Dr. Tsum Um,
ridiculizando sus teorías.

Artefacto del coso

13 de febrero
de 1961, Montañas Coso, California;
Tres buscadores de geodas, Wallace
Lane, Virginia Maxey y Mike Mikesell, se
toparon con el extraño artefacto a
4.300 pies de altura en una de sus
exploraciones. Al partir el trozo de
arcilla solidificado un objeto similar a
una bujía surgió de su interior.
Virginia Maxey afirmó que un geólogo
calificado dató al artefacto atrapado en
la roca en unos 100.000 a 500. 000
años de antigüedad. Las radiografías
demostraron que el objeto, en efecto,
poseía un grado de tecnología solo
clasificable como contemporáneo. Esto
indica que el remoto período de
fabricación del componente mecánico
ya contaba con una tecnología similar a
la moderna. Sin embargo, muchos
investigadores como Pierre Stromberg
y Paul Heinrich, opinan que la bujía
pudo haber quedado atrapada en
hormigón ferroso formado por la
oxidación del objeto.
El paradero del Artefacto de Coso, así
como el de otros varios ooparts, es
desconocido

Oopart

Oopart es el acrónimo en inglés de
“out of place artifact”, es decir,
artefacto fuera de lugar. Se trata de un
término acuñado por el zoólogo Ivan
T. Sanderson que alude a objetos
paleontológicos y arqueológicos que
se hallaron en circunstancias o lugares
extraños o imposibles para la
arqueología o paleontología
tradicionales. Por ejemplo, un objeto
moderno o muy complejo cuya
datación lo sitúa en épocas muy
antiguas, en las que se carecía del nivel
de evolución necesario para
construirlo.
Generalmente, antes o después, se
descubre que no son más que fraudes,
objetos manipulados hábilmente con la
intención de engañar, o simplemente
objetos que han sido malinterpretados.
Mientras este momento llega (que, más
tarde o más temprano, siempre llega…),
los creacionistas, ufólogos y magufos
varios se valen de estos objetos para
refutar la teoría de la evolución.
Uno de estos oopart es el martillo
Kingoodie.
Se trata de un martillo incrustado en
una piedra que encontró Sir David
Brewster en 1844 en Kingoodie Quarry
(Escocia) . El martillo estaba metido en
un bloque de piedra del Cretáceo, en
la era Mesozoica. En 1985, el Dr. A. W.
Medd del British Geological Survey
afirmó que la piedra que rodeaba el
martillo era una antiquísima arenisca
roja (Devónico, entre 360 y 408
millones de años).
Si la datación es correcta, faltarían
cientos de millones de años para que
se produjera la aparición del Hombre
en la Tierra. Por tanto, el martillo de
Kingoodie, en principio, sería un
“artefacto fuera de su tiempo”.
Sin embargo, los objetos de hierro se
oxidan con el contacto del aire,
aunque estén enterrados, en un
periodo geológicamente breve. Los
artefactos metálicos hallados en
excavaciones arqueológicas no
conservan el aspecto original sino que,
en la mayoría de los casos, aparecen
cubiertos de una capa de pigmento
rojo, que mancha la tierra que lo
rodea. De manera que habrá que
demostrar por qué el martillo no se ha
oxidado en 400 millones de años.