Para regocijo de 
 todos los que tan íntimamente la 
 habían "conocido", no pasó mucho 
 tiempo, sin que la antigua prostituta 
 fuera elevada a la alta dignidad de 
 patricia. Eso suponía, claro está, que 
 Teodora podía por fín ocupar el palco 
 reservado a las mujeres nobles en el 
 Hipódromo. Atrás quedaban los 
 tiempos de los subterráneos fétidos, 
 los manoseos de su cuerpo y la 
 humillación del día en que fue 
 "suplicante". Pero todo lo alcanzado, 
 con ser tanto, no era suficiente para 
 Teodora. Quería ser la esposa de 
 Justiniano, cosa imposible puesto que 
 la ley, en este punto, era tajante: 
 prostitutas y artistas del teatro no 
 podían casarse con nobles. 
 Su amante, loco de pasión, se hubiera 
 saltado la ley, y es de suponer que su 
 complaciente tío y emperador, hubiese 
 consentido en ello, pero la emperatriz 
 Eufemia, de firmes convicciones 
 religiosas y morales, estaba decidida a 
 impedirlo. Asi pues, Justino, con tal de 
 no atraerse las furias de su esposa, no 
 dió su consentimiento. No hubo boda, 
 pero por poco tiempo: Eufemia falleció 
 al poco y por causas naturales, 
 dejando el camino libre y sin 
 obstáculos. 
 El mismo año, el emperador Justino no 
 deroga la ley discriminatoria, sino que 
 la "interrumpe" el tiempo suficiente 
 para que su sobrino y Teodora puedan 
 consagrar su unión ante Dios. Tres 
 años más tarde, el emperador decide 
 compartir la pesada carga del 
 gobierno con Justiniano, asociándole al 
 trono y coronándole emperador. 
 Teodora ya está al pie del trono. 
 Cuatro meses más tarde, fallece Justino 
 y Justiniano asume todas las 
 atribuciones de "Basileus" a sus 45 
 años; Teodora, convertida por fin en 
 emperatriz consorte, tiene entonces 27 
 primaveras. 
 Teodora, Emperatriz consorte de 
 Bizancio 
 Pero la historia no acaba ahí, aunque 
 parezca que con su ascenso en el 
 exclusivista olimpo de las testas 
 coronadas, se cumpla su increíble 
 destino. Teodora quería llegar al trono, 
 pero no para usufructuarlo, sino para 
 "gobernar". Cierto que se excedió en 
 sus venganzas y, junto a su marido, 
 expolió al pueblo con impuestos para 
 financiar las faraónicas obras que los 
 dos concibieron y realizaron; entre 
 ellas, el templo de Santa Sofía, el más 
 bello de la cristiandad. Pero cierto 
 también que las leyes que propició son 
 motivo de admiración aún hoy. 
 En el "Corpus Juris Civilis", magna 
 compilación legal de Justiniano, está la 
 mano, el cerebro y el corazón de 
 Teodora; en especial en el apartado de 
 "la familia y la propiedad privada". Por 
 su directa intervención, los juristas que 
 conformaron el "Corpus" derogaron - 
 para siempre- la inicua ley que impedía 
 la unión entre artistas y prostitutas con 
 los hombres, fuesen o no nobles, que 
 libremente desearan desposarlas. 
 Logró también que se incluyera la 
 persecución del proxenetismo (antes 
 protegido por la ley) y la declaración 
 de que la prostitución es "un agravio a 
 la dignidad de las mujeres". 
 En contra de lo que todas las 
 legislaciones establecían, Teodora 
 logra dar fuerza legal al principio de 
 que los hijos tienen los mismos 
 derechos, incluso ante la herencia, 
 hayan nacido legítimos o ilegítimos. 
 Hay que tener en cuenta que esta 
 igualdad se ha logrado en la mayoría 
 de los países durante el siglo XX, y que 
 Teodora la postuló y llevó a cabo hace 
 nada menos que 1.500 años! 
 Más allá de las leyes, realizó una 
 persistente y eficaz campaña para 
 erradicar la prostitución. Nadie mejor 
 que ella conocía el sufrimiento que 
 engendra. Las prostitutas fueron 
 invitadas a dejar su oficio en el plazo 
 de 3 meses; de no hacerlo, eran 
 encerradas en una residencia llamada 
 "Castillo del Arrepentimiento". En 
 cuanto a las que elegían casarse, la 
 emperatriz se encargaba 
 personalmente de concederles una 
 generosa dote. 
 Por aquellos tiempos, los hombres 
 apaleaban, engañaban, repudiaban a 
 sus mujeres: hacían cuanto se les 
 antojaba con ellas. Con Teodora, éstas 
 pudieron tomarse un desquite. 
 Fémina que llegara hasta palacio para 
 presentar una queja contra marido, 
 padre o hermano podía tener la 
 seguridad de que sería escuchada y de 
 que el agravio del cual era víctima, no 
 quedaría impune. Evidentemente, las 
 mujeres bizantinas, fuertes de esa 
 protección imperial, se vengaron y 
 engañaron a sus maridos 
 descaradamente, a sabiendas de que 
 si éstos se propasasen con ellas, 
 darían con sus huesos en la cárcel. 
 Pero los impuestos y los excesos 
 cometidos por más de un alto 
 funcionario imperial, llevaron al pueblo 
 a la insurrección. En el año 532, y al 
 grito de "Nika!" (Victoria), las turbas se 
 hicieron con el control de 
 Constantinopla, matando y quemando 
 a discreción. Todo parecía perdido 
 para el emperador; tenía un puñado 
 de soldados fieles pero sus enemigos 
 eran decenas de miles. 
 Con el palacio imperial quemado en 
 parte por la chusma, se celebró una 
 tensa reunión entre Justiniano, los 
 jefes militares fieles y los ministros. La 
 mayoría opinaba que el monarca debía 
 abandonar la capital y refugiarse en la 
 costa asiática y, desde allí, intentar la 
 resistencia. A punto de ceder, intervino 
 inopinadamente Teodora, irrumpiendo 
 en la sala y yendo contra la costumbre 
 de que la emperatriz interrumpiera una 
 sesión del consejo y, mucho más, que 
 hablase. Pero Teodora no se paró en 
 formalismos. Con voz clara y firme, 
 mirando cara a cara a Justiniano, dijo: 
 - "Sobre si está bien visto o no que una 
 mujer se presente ante hombres o se 
 atreva a mostrarse cuando otros 
 vacilan, no creo que sea éste el 
 momento más apropiado, ante la 
 presente crisis, para discutir un punto 
 de vista u otro. Pero cuando una causa 
 corre el máximo peligro hay un solo y 
 verdadero camino a seguir: aprovechar 
 lo máximo posible la situación actual. 
 Creo que en estos momentos la huída 
 es inapropiada, incluso si lleva consigo 
 la salvación. Una vez que un hombre 
 ha nacido a la luz es inevitable que 
 tendrá que enfrentarse con la muerte, 
 pero un emperador no puede soportar 
 el verse convertido en fugitivo. 
 Emperador, si quieres huir en busca de 
 la salvación, te resultará fácil; tenemos 
 dinero en abundancia, a la vista está el 
 mar, aquí están los barcos. Sin 
 embargo, en lo que a mi respecta, aún 
 creo en el viejo proverbio de que la 
 realeza es una excelente mortaja." 
 Humillados por una mujer, los 
 ministros derrotistas enmudecieron y 
 habló el valiente general Belisario, 
 obteniendo la inmediata aprobación 
 del atónito Justiniano para su plan 
 represivo. Según algunos historiadores, 
 más de 20.000 murieron en esa 
 jornada, pero la sublevación fue 
 totalmente vencida y salvado el trono 
 bizantino. Y todo gracias, no al insigne 
 Justiniano, sino a Teodora, la antigua 
 "ramera", que vivió, reinó y gobernó, 
 junto con su marido, durante 16 años 
 más. Finalmente, en el año 548, un 
 cáncer de mama acabó con su vida, no 
 sin antes haber casado a su sobrina 
 predilecta, Sofía, con el sobrino 
 favorito de Justiniano, Justino. A la 
 muerte del "Basileus", la pareja 
 heredaría el trono. 
 Cuando fue prostituta, fue la mejor; 
 cuando emperatriz, superó al gran 
 Justiniano. Más tarde la Iglesia la haría 
 Santa Teodora Emperatriz. 
 Fuente: Curiosidades de la realeza.
