Con esta obra se logra cerrar un 
 periodo de la historia de la escultura, y 
 abrir uno nuevo. Se recurre como 
 punto de partida a la escultura antigua 
 y a imágenes de la pintura de Carraci y 
 Reni, así como al relato de Ovidio 
 sobre el rapto de Proserpina por parte 
 del dios de los infiernos: Pluton. Este 
 se dirige al Hades cargando con 
 Proserpina; todo su poderoso cuerpo, 
 firmemente asentado sobre el suelo de 
 una amplia peana, se encamina hacia 
 delante; la joven es llevada en 
 volandas pero tiende en dirección 
 contraria al dios, hacia atrás con sus 
 manos, una pidiendo ayuda y la otra 
 rechazando la cabeza del dios; sus 
 piernas también tiran en sentido 
 opuesto al avance del raptor. 
 A las directrices verticales, se 
 contraponen en horizontal tres brazos: 
 los de Plutón que atenazan la cintura y 
 el muslo de la joven, hundiendo sus 
 dedos en la carne prieta y tersa que 
 cede bajo la presión, como si fuera 
 carne verdadera y no mármol; y el 
 brazo izquierdo de Proserpina, con el 
 que intenta separarse del dios 
 comprimiendo su sien y su ceja, que 
 también muy carnalmente se deforman 
 bajo su empuje. Se alcanza la 
 representación de un instante fugaz de 
 violencia, un momento pasajero e 
 inestable de oposición de fuerzas 
 entre dos cuerpos bellos en momentos 
 diferentes de la vida: la madurez y la 
 juventud. 
 Pero no es sólo ni especialmente una 
 escultura mítica, sino que es naturalista 
 y realista en sus detalles: las lágrimas 
 que surcan las mejillas, la enredada 
 melena de la joven, las carnes que 
 ceden bajo la presión de los dedos 
 ….todo es de un virtuosismo propio de 
 una verdadera obra de arte, no sólo 
 del barroco, sino de toda la historia de 
 la escultura.
