Dicen que dicen que tiempo atrás en el 
 bosque que bordea las montañas del 
 norte había un maravilloso pájaro 
 inteligentísimo y despierto que incluso 
 sabía hablar. 
 Emperadores, ministros y potentados 
 de muchos países habían enviado 
 gente para atraparlo y algunos incluso 
 fueron ellos mismos, pero nadie pudo 
 conseguirlo. Sin embargo, el pájaro no 
 se movía nunca de la rama de un pino 
 milenario, siempre trinando y trinando. 
 Cuentan que aquellos que tanto iban y 
 venían en busca del pájaro terminaron 
 por dejar un camino en la montaña. 
 He aquí que la historia del maravilloso 
 pájaro llegó luego a oídos del rey 
 Yiertegeer, del este, quien pensó: 
 “¡Qué pájaro tan terrible! Dicen que 
 nadie ha conseguido atraparlo. Pero 
 de todos modos yo lo lograré!” Y dicho 
 esto se dispuso a partir. 
 El rey llegó hasta el bosque de que 
 hablábamos, hasta que se detuvo bajo 
 las frondosas ramas de aquel pino 
 milenario. Pero el ave no se asustó ni 
 escapó sino que se dejó atrapar. El rey 
 quedó loco de alegría. Cuando iban en 
 camino de regreso, el pájaro le habló: 
 - ¡Respetado rey! Me ha atrapado sin 
 ningún esfuerzo. No obstante, en el 
 camino de regreso no debe exhalar 
 grandes suspiros, ni quedarse en 
 silencio y cabizbajo; de lo contrario me 
 escaparé en un abrir y cerrar de ojos. 
 Por lo tanto, sea como sea, en la 
 marcha siempre tiene que ir hablando 
 alguno de los dos. 
 - Está bien – le contestó el rey –, 
 entonces cuenta tú alguna cosa. 
 - Bueno, le contaré al rey una historia – 
 repuso el pájaro –. 
 "Cuentan que había un lugar donde 
 vivía un buen cazador con un buen 
 perro. En cierta ocasión el cazador 
 salió de excursión con su perro y de 
 pronto se encontró una carreta repleta 
 de riquezas en pleno valle. La carreta 
 estaba rota y detenida en ese lugar y 
 su dueño se hallaba sentado 
 mostrando su preocupación. Los 
 hombres intercambiaron algunas 
 palabras formales y se sentaron juntos 
 a fumar un cigarrillo. El de la carreta 
 dijo: 
 - Hermano cazador, yo quiero ir hasta 
 la aldea que queda más adelante para 
 conseguir alguien que arregle la 
 carreta. Te pido por favor que te 
 quedes aquí con tu perro a cuidarme la 
 carreta. 
 - Bien – aceptó el cazador y el otro 
 hombre muy contento atravesó la 
 montaña. 
 El cazador esperó hasta la tardecita y 
 como el dueño de la carreta no volvía 
 pensó: “Mi vieja madre está mal de la 
 vista. Es posible que desde la mañana 
 no haya probado bocado”. Le habló a 
 su perro: 
 - Quédate aquí cuidando hasta que 
 regrese el dueño de la carreta. No 
 dejes que se roben nada. Yo regreso a 
 hacerle la comida a mi mamá –. Y se 
 marchó. 
 El perro, fiel al mandato de su amo, se 
 ocupó de cuidar que el buey que 
 tiraba de la carreta no se apartara del 
 sitio y al igual que un sereno, estuvo 
 todo el tiempo dando vueltas de aquí 
 para allá alrededor del vehículo. 
 El propietario de la carreta pasó por 
 muchas aldeas hasta que por fin hacia 
 la medianoche encontró quien la 
 reparara. Cuando volvió, se dio cuenta 
 que el cazador no estaba mientras que 
 el perro se había quedado a cuidar 
 fielmente la carreta. El hombre se dijo 
 que aquél era en verdad un animal 
 muy bueno y lo premió con algunas 
 piezas de plata, ordenándole que se 
 fuera. En ese momento el cazador 
 estaba justamente en la puerta de su 
 casa esperando el regreso de su mejor 
 amigo. Nada más ver a su amo dejó en 
 el suelo la plata que traía en el hocico. 
 El cazador se enfureció, rezongándole: 
 “Te he dicho que cuidaras bien de que 
 no robaran nada y tú sales robando 
 piezas de plata”. Y terminó matando a 
 palos al buen can." 
 - ¡Ay! ¡Qué descuido tan grande! 
 ¡Matar por error a un perro tan 
 bueno! – exclamó el rey. 
 - Ha suspirado – dijo el pájaro, y en un 
 abrir y cerrar de ojos se le voló de las 
 manos. 
 El monarca se reprochaba a sí mismo: 
 ¿Cómo pude olvidarme de que no 
 tenía que suspirar? Entonces 
 desanduvo el camino y atrapó por 
 segunda vez al pájaro en la rama del 
 vetusto pino. El ave comenzó a hablar: 
 - Bueno, ahora te relataré otra historia. 
 "Se cuenta que había un lugar donde 
 una mujer tenía un buen gato. Un día, 
 la mujer tenía que ir a traer agua del 
 pozo y le dijo al felino: “Cuida bien al 
 bebé que está en la cuna”. Después de 
 que la mujer salió el gato se tiró al lado 
 de la cuna espantando las moscas y 
 los mosquitos. De repente, desde la 
 puerta apareció un ratón grande con 
 toda la intención de morderle la oreja 
 al niño. Muy enfadado, el gato se 
 dispuso a atrapar el ratón. Pero en ese 
 mismo momento otro tan grande llegó 
 a todo correr y de un mordisco se llevó 
 la oreja del bebé, quien comenzó a 
 llorar del dolor. 
 El gato, que estaba persiguiendo al 
 primer ratón, se pegó el gran susto y 
 volvió corriendo al cuarto, mató al 
 roedor en la puerta, llegó hasta la 
 cuna y se puso a lamer la oreja del 
 niño que manaba sangre. Cuando 
 llegó de vuelta la mujer y vio aquello 
 no pudo contener su indignación. “Te 
 mandé que cuidaras al niño pero tú, 
 malvado, le has comido la oreja”. 
 Hablando así, dio al gato una golpiza 
 que lo dejó muerto. Pero tan pronto 
 dio vuelta la cabeza notó que había un 
 ratón muerto atrás de la puerta, con la 
 oreja del niño entre los dientes. Al 
 darse cuenta de su error comenzó a 
 llorar." 
 - ¡Ay! ¡Pobrecito! – volvió a exclamar el 
 rey y no más hacerlo el pájaro ¡zás! se 
 le voló de las manos. 
 El rey desanduvo por tercera vez el 
 camino, llegó hasta el pájaro y lo volvió 
 a atrapar en el mismo lugar de 
 siempre. Luego emprendió el 
 escabroso camino de regreso a través 
 de la montaña. En la marcha el pájaro 
 le volvió a contar un cuento. 
 "– Hubo una vez un año de grandes 
 sequías – comenzó el ave astuta – y un 
 hombre llamado Aerbai abandonó la 
 zona afectada por la hambruna. El sol 
 apretaba recio en el camino y el pobre 
 tenía la garganta tan seca que ya no 
 podía caminar, por lo cual se sentó 
 bajo una alta roca a esperar la muerte. 
 De súbito escuchó un “glu, glu, glu,” o 
 sea el ruido de agua goteando: 
 descubrió así que el líquido bajaba de 
 lo alto de la gran roca. Sin caber en sí 
 de alegría. 
 Aerbai sacó inmediatamente su tazón 
 de madera para recibir el precioso 
 líquido. Cuando logró no sin 
 dificultades llenar el tazón y ya se lo 
 estaba llevando a los labios, apareció 
 de pronto un cuervo que con sus alas 
 le volcó el recipiente. 
 - ¡Este maldito pajarraco me ha 
 derramado el agua que Dios 
 misericordioso me ha obsequiado gota 
 a gota! – exclamó furioso, y 
 recogiendo una piedra persiguió al 
 cuervo hasta que lo mató. 
 Nada más llegar hasta el lugar donde 
 había ultimado al cuervo descubrió 
 que un poco más adelante salía agua 
 de la grieta de una roca. Una vez más 
 se puso muy contento, bebiendo hasta 
 hartarse. Pero cuando volvió a donde 
 había estado sentado y recogió su 
 paquete, levantó la cabeza y descubrió 
 una gran serpiente que dormía encima 
 de la roca, en tanto de su boca 
 manaba un líquido. ¡Ay! Quiere decir 
 que el “agua” que yo había juntado era 
 el veneno de esta serpiente y el cuervo 
 me salvó la vida – pensó el hombre 
 con lágrimas de arrepentimiento." 
 - ¡Ay! – exclamó el rey - ¡Pobre cuervo! 
 ¡Sacrificó su vida para salvar a otro! 
 - ¡Otra vez ha fracasado! – gritó el 
 pájaro y volvió a echar vuelo. 
 - Se acabó, realmente no hay manera 
 de atrapar a este pájaro – pensó el rey 
 y regresó a su palacio. 
 Cuento recogido en la obra persa 
 Kalila wa Dimna 
 Imagen: ilustración de Kalila y Dimna. 
 Persia, 1420
